Quito, ¿hispánico o indígena?

Desde los años noventa, con motivo de la celebración de los quinientos años del descubrimiento, prospera en Latinoamérica la sistemática descalificación de la historia, el cuestionamiento de lo hispánico, la condena de los hechos, la satanización de costumbres y tradiciones. Prospera una especie de abismal frustración.

Crece la versión de una “quiteñidad en el limbo”, anclada en las hipótesis de lo indígena y en la negación de las certezas de lo español. Crece el conflicto interior del mestizaje, la rabia contra el padre conquistador, y la versión idílica del Incario, y la idealización de un imperio que cayó prontamente por la superioridad tecnológica y bélica, y por la viruela, cierto es, pero también por las rivalidades y las traiciones de los caciques. Aliados de los “invasores” fueron los cañaris, en nuestro caso, y los tlaxcaltecas en el de los mejicanos; tanto Pizarro como Cortés se apoyaron en grandes contingentes de indígenas que pretendían derrocar a incas y a aztecas.

El caso de Quito es paradójico porque el Centro Histórico de la ciudad, el solo testimonio de su arquitectura, constituye irrefutable desmentido de la tergiversación histórica en la que ha incurrido la novísima versión de la leyenda negra. La belleza impávida de San Francisco, la solemnidad y el señorío de su entorno, el incomparable barroco de La Compañía, la grandeza de la Plaza Grande, la Catedral y su atrio y el misterio medieval de los conventos, son testimonios de que Conquista y Colonia fueron eventos y épocas de nacimiento y formación de quienes, hasta hoy, no deciden ser nación, porque no constituyen nación poblaciones que reniegan de su pasado, que insultan a España en español, que rezan a Jesús del Gran Poder desde conflictos no resueltos, sin asumir que el mestizaje es la mejor y más humana respuesta a todo lo que ocurrió hace ya tantos siglos en estas mismas tierras.

Mestizo quiere decir de padre español y madre indígena. Quiere decir humanidad que moduló conflictos y superó razas. Mestizo quiere decir el retablo que se labró en madera americana bajo fusión de conceptos y culturas. Quiere decir la virgen pintada en la versión de la Escuela Quiteña. Quiere decir visión distinta de la vida. Quiere decir cachullapi con tono andino y remembranza de pasodoble. Mestizo quiere decir conciliación, no negación. Y nación mestiza es la que sume, la que incorpora sin prejuicios lo uno y lo otro. No es desprecio ni tardía negación. No quiere decir frustración, quiere decir renacimiento.

¿Seremos capaces de asumir la historia y de madurar en estos años? ¿Seremos capaces de ser, como alguien dijo, no indígenas, no españoles, sino un mundo distinto?
El mejor ejemplo del desafío y de la superación es el idioma que hablamos: español con riqueza americana.

fcorral@elcomercio.org

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