Sebastián Mantilla B.

Quito, a sus 487 años de fundación

La “capital” acaba de celebrar sus 487 años de fundación española. Sin embargo, más allá de los actos promovidos por el Municipio de Quito, las fiestas se han visto empañadas por grescas en las calles, exceso en el consumo de alcohol y drogas, irrespeto de las disposiciones municipales y sobre todo ausencia de las medidas de distanciamiento social para evitar los contagios de la covid-19.

Es cierto que la ciudad de Quito no es la misma de antes. En este 2021 se ha convertido en la ciudad más poblada del Ecuador (2,7 millones de habitantes) y, como es de esperar, los problemas se multiplican a medida que crece y se expande. Pero esto no debería ser motivo para dejar pasar una serie de conductas inapropiadas, en torno de las cuales la mayoría de quiteños no nos sentimos identificados.

Las ciudades contienen y representan lo que somos. No obstante, son también un reflejo de lo que hemos sido y de lo que queremos ser. Si en el pasado buena parte de la vida de la ciudad se concentraba en los barrios y en las plazas, en la cual primaba el respeto y la cohesión social, eso ha ido cambiando. A medida que ha ido creciendo la ciudad no solo se han ido perdiendo tradiciones sino también valores. Por ello, uno de los temas urgentes es mejorar el grado de integración de la ciudadanía con su comunidad. Hacerla más unida, solidaria y cohesionada.

Es como que hemos sido empujados a vivir una realidad de manera errática. Sin rumbo. Como dejarse llevar por las circunstancias e inercia que han tenido que atravesar muchas ciudades capitales de América Latina. Crecimiento urbano desordenado y sin planificación. Incremento de la pobreza y desigualdad social, así como de barrios con altos niveles de hacinamiento. Inseguridad ciudadana. Contaminación ambiental. Tráfico. Desorganización del sistema de transporte. Desempleo y subempleo. Infraestructura física insuficiente y servicios públicos prestados de mala calidad.

Lo penoso es que esto podría haber sido enfrentado si Quito hubiese tenido alcaldes que estén a la altura de las circunstancias. Me refiero especialmente a las dos últimas administraciones. Y es que Quito, a más de estar llena de problemas y carencias, ha perdido su estatus de “capitalidad”. Y no me refiero a la categoría de ser capital del Estado y sede del Gobierno central. Me refiero a la condición de ser líder en el plano económico, político y cultural.

¿Cuál es el referente de nuestra nación? Somos un Estado débil con una serie de nacionalidades que no terminan por reconocerse e integrarse. Y, en ese proceso, Quito ha dejado de ocupar un espacio clave en el proceso de construcción de nuestra historia y nuestro futuro.

Las ciudades en la actualidad tienen ante sí el gran reto de dar forma al proyecto utópico de sus ciudadanos. No debemos perder el rumbo. Quito debe caminar hacia el futuro en función de un proyecto que implique reconocer lo que somos y soñar en lo que queremos ser.

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