Quito es una ciudad muy especial. Tiene un acumulado histórico y una energía política singular. Sin duda es el espacio más politizado del país. Su situación centenaria como sede del poder político nacional le convirtió en reiterado escenario de múltiples y grandiosas movilizaciones, frecuentes conspiraciones, cruentos cuartelazos y golpes de Estado, desgarradoras guerras civiles y terribles asesinatos y arrastres de líderes.
Los vecinos quiteños han construido en la calle la conciencia de sus derechos y deberes. Es una ciudad democrática que ha crecido en la movilización política, pero también en la minga y en la fiesta. En todo caso la lucha es su savia, su elemento.
Al frente de muchas manifestaciones quiteñas estuvo la “multitud” compuesta por mujeres y hombres, artesanos, obreros, estudiantes, burócratas, poetas, profesionales y profesores. Sin embargo, en el siglo XX los barrios y la clase media fueron los grandes protagonistas. Lo son todavía.
Con las debidas distancias, ser Alcalde de Quito seguramente es un ejercicio parecido al de un profesor frente a un grupo de estudiantes brillantes, exigentes, complejos, irreverentes, pero también compresivos y solidarios. Su clase puede ser una extraordinaria oportunidad para aprender o puede convertirse en una pesadilla si no hay una propuesta interesante y participativa.
El alcalde Barrera sabe todo lo anterior, sabe que Quito no es una ciudad que aguante imposiciones. Su desarrollo político exige tino, diálogo y concertación. Por esto junto a su propuesta de tasas para financiar un ambicioso plan vial, muy bien señaló esta semana a EL COMERCIO: “hagamos un debate con buena fe y paciencia”.
Sin embargo, fue un error político el haber soltado la semana anterior de sopetón el tema de las tasas. Inmediatamente se levantó una ola de oposición que me llevó a recordar la “guerra de los cuatro reales”, los cientos de buses con los vidrios rotos, luego del intento de la dictadura militar de los setenta de elevar los pasajes. Seguramente el colegial Barrera como muchos de nosotros participó en esa resistencia.
Siento que el Alcalde no ha vendido todavía a los quiteños el sueño, la utopía de la ciudad-región, linda, educada, moderna, desarrollada, centro de turismo y conocimiento. Utopía que tiene que ser construida colectivamente. Por fortuna de estos temas sabe el alcalde Barrera.
A propósito de las tasas, se puede ir más allá del tema de movilidad para impulsar un pacto social-fiscal local para financiar la utopía: “Si a esto queremos llegar, tanto nos va a costar” a Quito como al Estado central. Ciertamente es un asunto complejo convencer a una clase media tremendamente ajustada asumir más contribuciones. Sin embargo está creada la oportunidad para discutir y concertar con “buena fe” y sobre todo con “paciencia”.