Cuatro años de administración de Augusto Barrera y cuatro de Mauricio Rodas han socavado las bases de la confianza de los quiteños en sus autoridades, a tal punto que la única esperanza de hoy es la certeza de un relevo en las elecciones del 24 de marzo próximo.
Ad portas de una campaña electoral, los quiteños ya han tenido una primera decepción, al mirar la proliferación de candidatos a la Alcaldía: 18 en total. Una dispersión sin precedentes que confirma que los 10 años de despotismo recién vividos no fueron pedagogía para los políticos que repiten errores del pasado.
Atrincherarse en sus parcelas ideológicas cuando la estrategia imponía juntarse, hacer fuerza para minimizar los riesgos de que el populismo y la improvisación asalten el Municipio del Distrito Metropolitano, probaría que la vanidad y el ego han ofuscado el entendimiento de los dirigentes, hasta perder el respeto por su ciudad, al creer que cualquier improvisado puede dirigir la urbe.
Algunos de los personajes que estarán en la papeleta no podrán exhibir credenciales que los acrediten estar listos, incluso psicológicamente, para encarar los desafíos de un Municipio con una inmensa complejidad, frente al cual hay que tener valentía y coraje para desmontar un obeso aparato burocrático, que el experto en urbanismo Fernando Carrión cifra sobre los 21 000 (empleados y trabajadores). Que tiene un enorme problema presupuestario al destinar apenas 12% para inversión, ya que 52% va al Metro y 36% a gasto corriente. Y con un Concejo que ha vivido la vergonzosa e inverosímil circunstancia de contar con dos ediles imputados por delitos de corrupción, que caminan con grilletes.
Por si fuera poco, la gobernanza para quien resulte elegido en marzo le será esquiva, al ser una autoridad con bajo respaldo popular, ya que los votos se habrán dividido entre 18 candidatos, lo que hasta podría incidir en su legitimidad.
Hacer mayoría en el Concejo será un quebradero de cabeza debido a la fragmentación del sufragio en partidos y movimientos disímiles, lo que implicará que la aprobación de cada ordenanza se vuelva una proeza política no exenta de desgaste emocional, acuerdos y transacciones.
Ante este escenario, se impone una campaña estratégica, inteligente y eficaz, que airee las verdades y no sea una suerte de pasarela de personajes de poca relevancia, que en busca de notoriedad practiquen la prestidigitación política para hacerse pasar por honestos. Entre los aspirantes hay alguien que va con partido alquilado y otro que ha mutado de beneficiario del correísmo en contradictor.
Ningún candidato debería rehuir el debate que posibilita que la gente los evalúe, ni esquivar referirse a temas y propuestas para encarar la vulnerabilidad de la capital frente a los desastres naturales, la contaminación, la inseguridad y su destino mismo. Quito necesita capacidad, transparencia y honestidad. Y clama por un cambio.