Siempre será lamentable constatar la paulatina declinación de una ciudad que otrora fue preclara y pujante gracias a una noble tradición, a la acertada visión que de ella tuvieron sus elites y gracias también al constante esfuerzo de sus ciudadanos; ver a una urbe que, por los avatares de la mala política, se ha estancado y sumido en un incómodo retraso. Esta es la sensación que muchos quiteños tienen hoy de su ciudad.
Se habla del rezago que, de un tiempo a esta parte, ha paralizado a Quito. Un rezago ocasionado, primero, por el quemeimportismo de sus habitantes quienes, al parecer, han olvidado el valor de ese legado cultural que recibieron del pasado. Un rezago ocasionado por la infecunda rivalidad instaurada entre facciones ambiciosas, entre inmodestos cabecillas de la baja política que sin méritos y ostentando un discurso mendaz y populachero se disputan el gobierno de la ciudad.
Todo indica que Quito ha extraviado su visión de futuro, el camino del orden y la seguridad ciudadana, el respeto a su patrimonio histórico, la responsabilidad de conservar incólume ese honroso título que un día le confirió el mundo de ser el primer Patrimonio Cultural de la Humanidad. El centro histórico convertido en mercado pueblerino se tuguriza cada vez más. Se agrede el paisaje talando los bosques circundantes y allí donde ayer crecían árboles hoy se yerguen presuntuosos edificios.
¿Cuándo y por qué Quito empezó a postergar sus valores de ciudad amigable, culta, progresista y saludable, de saberse la capital y la imagen de un país, de ser una de las joyas patrimoniales del mundo? Hace no mucho tiempo visité Cusco, admiré su patrimonio arquitectónico, su plaza central limpia, despejada de mercaderes. Ningún impertinente interrumpió mis pasos. Qué envidia, dije para mí. Qué desagradable experiencia es, a veces, atravesar el centro de Quito.
Los jóvenes de hoy no sienten la autoestima de saberse quiteños como, en cambio, sí la sentían sus progenitores. Una ciudad desmemoriada siempre será una ciudad sin alma, urbe despersonalizada igual a muchas otras. La ciudad en la que se nace y se crece es nuestra patria chica; es el barrio, el parquecito donde corrió la infancia; es nuestra identidad, aquello que, muy adentro, nos dice quiénes somos y de dónde venimos.
Coincido con mi amigo Fabián Corral quien en esta misma página se preguntaba “¿Dónde están las elites de esta ciudad? No hay un centro de pensamiento cuyo objetivo sea la ciudad”. Es necesario volver a pensar en Quito, en lo que ha sido y lo que es y, a partir de ello, proyectarlo a una modernidad que afirme su esencia y sus valores. He aquí una magna tarea para las nuevas elites. Si hoy los buenos y los capaces abandonan el campo, mañana serán los malos y los ineptos los que se enseñoreen en él.
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