Ese es el porcentaje de estudiantes universitarios procedentes de familias que reciben el bono de desarrollo humano, anunció el Presidente Correa en su sabatina. Porcentaje halagador, que insinúa que en el país hay movilidad social.
Desconozco si esto supera la situación de antes. Pero que el Presidente lo destaque revela la importancia que le otorga a la reforma educativa. Ingrata pero indispensable tarea que quizá sea el mayor legado positivo de este gobierno a las nuevas generaciones.
Ingrata, porque los resultados más allá que anecdóticos no se verán sino en décadas futuras. Significa el enfrentamiento con intereses creados, muchos de los cuales son legítimos. Los gobiernos anteriores, débiles y en lucha por subsistir, nunca emprendieron la reforma.
Es un proceso en que aparte de la buena voluntad con que se lo emprenda, se cometen errores.
Para mejorar el nivel de la docencia universitaria, encomiable meta, se busca recalificar a los profesores, tarea difícil de entender.
Si, por ejemplo, un profesor es una eminencia mundial en neuroanatomía, ¿quién lo puede evaluar? Y si en un examen objetivo en que hay que escoger entre respuestas múltiples, se equivoca en lo nombres de los huesos del pie, ¿lo remueven de la cátedra?
Se quiere que los profesores universitarios sean a tiempo completo y tengan títulos de posgrado, en lo posible Ph.D. Pero esos estudios son costosos y requieren largos años sin ganar dinero. ¿Acaso los sueldos que pagan las universidades justifican tal inversión en tiempo y dinero? Y si se les pagase lo justo, ¿a cuánto tendrán que subir las pensiones en las universidades privadas?
A las universidades se las quiere medir con el mismo rasero, tanto las que son de investigación científica, como las que enseñan disciplinas de orden más bien práctico. Corremos el peligro de uniformarlas, cuando hay riqueza en la variedad.
Pero con defectos y todo, la reforma universitaria pondría fin a las empresas que venden títulos y a los profesores descalificados, lo cual es un logro importante. Cabe criticar para incidir en mejorar el proceso, no para obstaculizarlo.
El que 15% de los estudiantes vengan de los hogares más pobres es un progreso pero solo rendirá frutos si se avanza en otros eslabones de la cadena educativa.
Por definición, la abrumadora mayoría de ese 15% proviene de hogares de poca lectura y manejo de conceptos abstractos. El niño habrá ido a una escuela fiscal con instalaciones inadecuadas, donde el nivel de los maestros ha sido bajo, y probablemente se le enseñó a aprender de memoria. ¿Se avanza en capacitar al magisterio?
¿Estará preparado ese joven para aprovechar la enseñanza universitaria? Y cuando salga de las aulas, ¿Conseguirá empleo? Hoy, muchos de los mejor preparados emigran.