Las canciones de Los Iracundos que evocaban los primeros bailes y romances adolescentes de los 70, de pronto, quedaron en nada. Puerto Montt, Te lo pido de rodillas y otras queridas melodías se hicieron trizas. Al ‘loco que ama’, a Abdalá Bucaram, le encantaba ese grupo musical uruguayo.
Y así se inició el vaciamiento sentimental de lo más bonito de la adolescencia de una generación. El ‘loco que ama’, no solo que cantaba en todas las tarimas las canciones de Los Iracundos, sino que los trajo para que animen su campaña electoral y, luego, ya siendo presidente, los dejó como bufones oficiales de palacio.
De esta manera, Abdalá dañó la memoria de muchos setenteros. Cuando cantaban Los Iracundos, se borraban paulatinamente los bonitos recuerdos de la adolescencia y aparecían los grotescos bailes y cánticos del caudillo. Ni más Iracundos. Sus discos fueron sepultados “en algún lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”. Algo similar hoy sucede con Piero, Quilapayún y otros representantes de la canción protesta de los años 70. Son usados sin piedad en todo evento público del poder. “De pie cantar, Que vamos a triunfar, Avanzan ya, banderas de unidad, y Tú vendrás marchando junto a mí; Y así verás tu canto y tu bandera florecer… El pueblo unido, jamás será vencido”, canción que despertaba escondidas nostalgias y recuerdos de la adolescencia rebelde, de las luchas callejeras y de los primeros contactos románticos e insurgentes, que veían épicamente a la revolución a la vuelta de la esquina; han quedado rotos. No solo las evocaciones, sino el respeto por esos viejos cantores.
Los caudillos no solo nos han quitado nuestras banderas, nuestras consignas, nuestras agendas políticas. Nos han alterado nuestros sentimientos y en algunos casos nuestro inconsciente, empañando los gratos recuerdos.
Los caudillos seducen, confunden, juegan con las pasiones. Dicen lo que quieres oír. Con igual convicción y fuerza hablan para la derecha, para el centro o para la izquierda. Luego de escucharlos todos salen contentos… el verbo populista se adapta a cualquier auditorio o situación. No hay ideología… ellos son la ideología. Bajo su lengua se cobijan con igual fervor el conservador, el liberal y el comunista.
En el juego permanente de seducción y lealtades entre el caudillo y la masa, se crea una bruma embriagadora de amor enceguecido y fanático que todo lo ve bien y lo perdona.
En la embriaguez, las feministas más radicales no tienen el menor rubor de declararse sumisas y subyugadas al patriarca; y a otros, no les da vergüenza cantar a voz en cuello, loas a la dictadura.
Pero, en algún momento se quiebra la confianza entre el caudillo y la masa. Acabado el amor, viene el divorcio. Vienen los resentimientos y la resaca. Los Iracundos y Quilapayún, al tacho.