Los candidatos presidenciales deben saber qué quiere la gente para vivir mejor y compatibilizar con lo que le conviene al país en su conjunto. Para captar el favor popular de la mayoría de los electores hay que indagar lo que desea el hombre de a pie en su cotidianidad. El desea vivir sin sobresaltos, que sus hijos tengan trabajo, mejores sueldos, que no le cobren muchos impuestos, que no le suban el coste de la vida, frente a lo cual el aspirante a gobernante debe tener un programa político y económico para procesar estas demandas justas y hacer lo necesario para satisfacerlas paulatina y progresivamente. Esto es lo esencial y complejo, que reclama una definición ideológica entre la vía de la revolución o del reformismo político.
En un país poco productivo como el Ecuador las necesidades básicas de la mayoría pobre son distintas que las de las clases media y rica. Para la primera su aspiración es que el bus preste un servicio rápido, cómodo y barato, mientras que para las demás es que no haya congestión del tráfico de los vehículos privados. Para aquella lo básico es que sus hijos tengan empleo sostenible, mientras que estas pugnan por tener más utilidades en sus negocios y salarios 10 veces mayores que el mínimo.
La diferencia de expectativas entre la población rural, la urbana y periurbana también es significativa. La una quiere que haya escuelas para sus hijos y que los intermediarios le paguen algo más por sus productos, mientras que las otras pugnan porque les vendan más barato los alimentos. Unos se enferman porque no tienen agua potable ni alcantarillado para evacuar sus aguas servidas y los otros no quieren que les cobren tasas por los servicios que disfrutan. Los candidatos deben decir si atenderán más a las ciudades pequeñas y medianas para que no haya tanta migración hacia Quito y Guayaquil que confrontan carencias en las zonas periurbanas.
Frente a estas contradicciones lógicas, los candidatos serios y capaces deben crear una alternativa viable y concreta frente a lo que está haciendo el actual Presidente.
Deben definir si van a guardar algo de los ingresos petroleros para la época de las vacas flacas o si seguirán gastando todo con el riesgo de un futuro crítico.
Qué harán para que 4 millones de ecuatorianos no ganen menos de 2,4 dólares diarios y salgan de la miseria, para crear empleos estables, mejorar la morbilidad de la población y que todos los estudiantes tengan computadora, todo esto en un ambiente de tolerancia democrática y plena vigencia de las libertades.
La alternativa debe convencer que es necesario hacer mejor las cosas, cómo gastar bien y con transparencia, cómo atraer a la inversión privada correcta para hacer más fábricas y no solo vitrinas para vender lo importado.
Por todo esto los políticos frívolos deberían abstenerse.