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Putin y su pésima imagen

Vladimir Putin parece estar tratando de disimular su perfil autoritario. Para ello dispuso, casi simultáneamente, la amnistía de Mikhail Khodorkovsky, quien llevaba más de una década como prisionero en el Gulag ruso; la de los activistas de Greenpeace que estaban detenidos en el Ártico y la de las integrantes de la banda Pussy Riot.

¿Se trata de un sorpresivo cambio de actitud que pueda tenerse por sincero? ¿De una repentina deriva hacia la moderación? ¿De un aflojamiento de los perfiles dictatoriales que caracterizan al gobierno de Putin? Para nada. Estamos, simplemente, frente a una medida oportunista, al gesto calculado y poco sincero de un autócrata. Lo que está sucediendo en torno de los próximos Juegos Olímpicos de Invierno, que se realizarán en la ciudad rusa de Sochi el próximo febrero, preocupa a Putin. Esto es lo que aparentemente lo ha impulsado a tratar de mejorar su pésima imagen pública en el exterior y a evitar eventuales protestas durante ese evento deportivo que será seguido por televisión por millones de espectadores en el mundo entero.

Hasta ahora, al menos, ni el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama; ni el de Francia, François Hollande; ni el de Alemania, Joachim Gauck, que habían sido expresamente invitados a Sochi, asistirán a la inauguración.

Los Estados Unidos enviarán a la legendaria tenista Billie Jean King como cabeza de su delegación, lo que supone todo un mensaje implícito que presumiblemente tiene que ver con los serios problemas que los homosexuales y lesbianas enfrentan en la Federación Rusa.

Para Putin, el año que termina ha sido relativamente bueno en política exterior por el triunfo político obtenido en Siria con relación al arsenal de armas químicas, luego de que fue salvajemente utilizado, y por la actitud vacilante de Occidente. Y también por la solución interina que se ha alcanzado respecto del programa nuclear iraní. Debe mencionarse, también, su actuación respecto de Armenia y de Ucrania, países a los que la Federación Rusa procura atraer hacia la conformación de una unión aduanera euro-asiática que, con la nostalgia imperial que lo caracteriza, Putin sueña con poder organizar y que está estimulando con su típica mezcla de presiones brutales, promesas y amenazas.

El colapso de la Unión Soviética puede ser interpretado en Rusia como una tragedia en pérdida de poder y presencia en el mundo. Pero el autoritarismo, la corrupción y el gobierno autocrático de Putin han contribuido a la desconfianza exterior y a que la democracia y las libertades esenciales no tengan carta de ciudadanía en Rusia. Por eso y por la tendencia al aislamiento no es sorpresivo que la Federación Rusa no haya conseguido acercarse a Occidente y que su economía, que depende fundamentalmente de los hidrocarburos, no haya conseguido integrarse a la del mundo y despegar.