Cuando estas líneas salgan a la luz, Vladimir Putin será ya -una vez más- presidente de Rusia. Este será su tercer período oficial, después de un breve ‘intermezzo’ de cuatro años en que su discípulo Dimitry Medvedev ocupó el cargo, mientras él ejercía de primer ministro. ¿Es Putin un nuevo zar o, mejor aún, el nuevo secretario general del Partido Comunista como Stalin o Brezhnev? He visto todos los análisis posibles -a favor y en contra- y la verdad es que el verdadero Putin es un laberinto que se fue construyendo durante estos 12 años en que ha manejado Rusia. En su favor podemos decir que Boris Yeltsin fue mucho peor. En materia económica, Yeltsin no hizo otra cosa que aplicar la terapia de shock neoliberal al mando de Jeffrey Sachs. Y en el terreno político, a Yeltsin no se le ocurrió otra cosa para resolver sus problemas con la Duma (el Parlamento Ruso) que ordenar un ataque militar con 500 muertos y 5 000 heridos como resultado. Contra este récord, por supuesto que Putin puede aparecer como todo un demócrata. Sus primeros años de gobierno parecían promisorios. Al menos restableció la alicaída economía y atrajo grandes cantidades de capital extranjero, garantizándoles estabilidad. Ninguna multinacional se siente mal en Rusia. Los que se sienten mal son los jóvenes y adultos de mediana edad que esperaban que el supercapitalismo practicado por Putin tenga un efecto “cascada” en instituciones y sistemas políticos que echen abajo finalmente el modelo soviético, presente aún en viejas prácticas y en muchas instituciones del Estado. La verdad, eso nunca pasó. Y ahora Rusia es un caso ejemplar de que el capitalismo puede ser exitosísimo sin importar el modelo político que esté detrás.
Lo paradójico es que Putin no ha seguido el guión represivo del régimen soviético, sino la línea fascista de Benito Mussolini. No niega completamente las libertades sino que las coarta, creando cortinas de humo muy exitosas. Tiene sus propios medios impresos y audiovisuales. Es más, tiene una columna de opinión en donde escribe exactamente lo contrario de lo que hace. Por ejemplo: “Rusia necesita reformas para generar un estado de derecho de absoluto respeto a los derechos humanos”. Habla de institucionalizar el Estado ruso cuando ha hecho todo lo contrario (todos en Rusia saben que él controla las cortes).
Pero nada más apegado a las estrategias del Duce que su forma de controlar las recientes protestas ciudadanas con contramarchas. Como decía el gran Antonio Gramsci, es una estrategia extremadamente reaccionaria porque logra que el pueblo se divida.
La ventaja para el régimen que lo practica es que genera la extraña y nebulosa idea de consenso, la sensación de que el poder tiene acogida plena y solo algunos no lo entienden. Tendremos cuatro años para ver la actitud de Putin frente a las marchas. A ver si cambia de guión.