La última bravata presidencial se convirtió en una nueva oportunidad para que la prensa internacional refleje una imagen desfavorable sobre el modo en que se ejerce el poder en el país. Seguramente no es ese el tipo de notoriedad que reclaman quienes defienden para Rafael Correa los primeros lugares de popularidad en el mundo ni es la imagen que favorece al Ecuador en esta hora.
En esta ocasión no han sido los problemas de libertad de expresión, que desde hace años forman parte de la agenda de los medios occidentales cuando se refieren al Ecuador, ni tampoco la visión sobre el poder que llamó la atención al cómico John Oliver. Ha sido el empeño de saldar al viejo estilo colegial algo que debiera resolverse en el campo racional o, por último, legal.
No han faltado los políticos que dan la razón a su líder, sin contar con los ‘trolls’ que igual se adhieren si hay que defender ‘a escala planetaria’ los puñetes, el racismo contra los indígenas o la xenofobia, cuando supuestamente estos se vuelven razones de Estado. No faltan tampoco quienes siguen argumentando un supuesto estilo del que Correa no puede desprenderse.
Más de ocho años en el poder parecen suficientes para mejorar la inteligencia emocional y sobre todo para entender que un mandatario es eso y que, precisamente, el hecho de tener el poder en sus manos -Correa ha tenido bastante poder- lo obliga a ser tolerante. ¿Dónde queda la sesuda reflexión de que la crisis nos pone a prueba y nos debe ayudar a ser mejores?
Pero con todo lo importante que pudiera resultar, el debate sobre pugilismo y poder se convierte en un distractor si uno hace el esfuerzo de fijarse en la tramoya y el escenario. Basta leer las recomendaciones del FMI al Gobierno para ratificar que el tema a enfrentar es una fuerte contracción de la economía para este año y el siguiente.
Según el hasta hace poco repudiado Fondo, en este escenario exacerbado por la apreciación del dólar y la caída del precio del crudo, la estabilidad económica debe preservarse a través del recorte de gastos, la revisión de subsidios y salvaguardias, el fortalecimiento de la competitividad y el ‘mejoramiento’ de la recaudación de impuestos, entre otras medidas difíciles.
Ya se eliminó el subsidio al combustible a las grandes industrias y al transporte aéreo y naval, y se lanzó el globo de ensayo de quitar el subsidio a la súper. En la Asamblea espera la Ley de Alianzas Público-Privadas; el viernes llegó el proyecto contra la elusión del tributo a herencias, legados y donaciones, mientras se espera una decisión sobre las tasas a las herencias y la plusvalía.
En el camino también están las enmiendas constitucionales que, junto a temas de escasa transcendencia, incluyen la pretendida reelección indefinida. Esas son las verdaderas peleas que no necesitan cartelera ni promotores ni guantes.
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