Era imposible que la Iglesia Católica que representa a la mayoría de los creyentes nacionales permaneciera en silencio frente a lo sucedido el 30 de septiembre. Su experiencia histórica, su extensa convocatoria pastoral y sus sutiles pero trascendentes apreciaciones o definiciones políticas la obligaban a un pronunciamiento sin apuro, pero ineludible.
Tal pronunciamiento se realizó a través de la Conferencia Episcopal, del mensaje del nuevo arzobispo de Quito Monseñor Trávez y finalmente del Sumo Pontífice Benedicto XV que aprovechó la oportunidad de la presentación de las cartas credenciales de nuestro embajador ante El Vaticano. El mensaje estuvo compuesto de varios elementos con importantes ingredientes de filosofía política y de mensaje apostólico. Entres estos resaltan el llamado a la reconciliación nacional; a la necesidad de la concertación y el consenso y uno implícito que fue el no pronunciarse sobre la posición social del Gobierno del Ecuador en cuanto a una supuesta tentativa de un golpe de Estado.
En cuanto al primer elemento, es necesario considerar que la madurez de la Iglesia Católica, al superar conflictivas o polémicas etapas del pasado en su relación con el Estado, solo excepcionalmente emite su opinión o consejo sobre situaciones coyunturales extraordinarias. Admite, en este caso, un quiebre institucional por parte de los elementos policiales frente a las decisiones del poder legítimo, lamenta las víctimas y el dolor de sus familias y tácitamente pide superar el revanchismo y la retaliación, lo que no implica inmunidad respecto a la responsabilidad de los actores que protagonizaron los sucesos .
El segundo es un elemento más complejo. Es una definición del diálogo y la concertación política como medios para lograr el sustento y el enraizamiento de la democracia. No es una crítica directa al Gobierno- son expertos diplomáticos- pero el mensaje es claro: superar la confrontación permanente como estilo de Gobierno y de conducción nacional.
Finalmente no entró en la polémica de si hubo o no un intento de golpe de Estado. Simplemente no se pronunció y dejó sentado un ejemplo de prudencia política para el organismo continental y los gobiernos de países amigos que apresuradamente subastaron su independencia política para identificarse con una posición gubernamental expresada en medio de una sangrienta trifulca y sin que sus embajadores tengan tiempo de trasmitir su propia percepción de los hechos.
La Iglesia Católica en América Latina tiene una vida institucional polémica por su parentesco histórico con el Estado. En algo es similar a la prensa independiente que no puede abandonar la cobertura e investigación de los asuntos públicos relacionados con el poder. Deben convivir con los riesgos que implica caer en los extremos de una corrupta sumisión o en la confrontación militante.