Si algo existe en el Quijote que impulsa a terminar la empresa de acabar su lectura, es la lección de los sencillos representada en la figura de Sancho. Ya sea cuando se convierte en gobernador de la ínsula Barataria o cuando transmite sus opiniones al Hidalgo Caballero, sus decisiones siempre están apoyadas en la voz de los simples, de los que acuden a los rescoldos acumulados de la sabiduría popular, representadas en refranes. Quizás por eso, ante la serie de dilemas que se presentan al tomar una decisión trascendental que pueda ser interpretada desde centenas de aristas, donde la última opinión siempre puede ser contrastada por otro argumento que derrumbe lo anteriormente dicho, preferible tomar el sendero refrendado por la experiencia y hacer propio ese argumento del mundo de las armas que indicaba que: “al enemigo que huye, puente de plata…” Hay un añadido, se alcanzaría la ansiada paz. Se callarían, de funcionar los acuerdos, las armas asesinas de los que quisieron imponer al pueblo colombiano por la fuerza una visión única, irrespetando la pluralidad y la democracia, poniendo en riesgo la unidad misma del Estado, haciendo del hurto, el pillaje, el secuestro instrumentos permanentes de su acción extraviada. Arrastrados por sus fracasos y derrotas se han visto obligados a sentarse en la mesa para acordar una salida que les permita continuar con una vida artificial.
Si en el referéndum del 2 de octubre los colombianos apoyan los acuerdos se acabarán los pretextos para seguir delinquiendo. Quizás las condiciones no sean las perfectas y muchos crímenes podrán permanecer en la impunidad y sin castigo. Tal vez las concesiones sean mayores a las que hipotéticamente pudieron otorgarse. Pero la paz será un logro de los que jamás se dejaron seducir por las políticas de odio y revancha impulsadas a punta de fusil. Hay que verlo en su dimensión real. El fracaso de los insubordinados se refleja en el rechazo que por décadas ha expresado la población colombiana a los desafueros de quienes, finalmente, lo único que cuidaban eran sus propios intereses vinculados al comercio ilícito de estupefacientes.
No hay que llamar a error. El proceso es la culminación de los golpes recibidos por los insurgentes en lo militar en la última década. Perdieron la iniciativa y todo vestigio de que su lucha era por reivindicaciones. Sólo fueron un brazo armado al servicio de un negocio ilícito. Terminan derrotados, su proyecto político extinguido, tratando de abrazar causas que parecen una estratagema que disimule su dolorosa retirada.
Pero quedarán células dispersas, con capacidad de hacer aún mucho daño. Habrá que permanecer alertas si la desmovilización se materializa, más aún con el riesgo que representa una frontera porosa que por décadas les ha servido como un corredor en el que pudieron actuar a sus anchas. Si Colombia opta por la paz hay que esperar que ésta sea genuinamente efectiva. Su pueblo realmente la merece.
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