Angustia e indignación es la que sintieron muchos al ver la imagen de Ecuavisa cuando un policía rodaba desde lo alto de un parterre y caía abatido por una bala disparada durante el operativo de la fatídica noche del jueves 30 de septiembre afuera del Hospital de la Policía Nacional.
En lo personal sentí mucha pena, se trataba de un policía, un hombre del pueblo, de ese pueblo que es tan manoseado por los políticos y que lo repiten hasta atragantarse, pero que se conmueven muy poco cuando uno de ellos cae en el cumplimiento de una misión. No sé si se han dado cuenta que las organizaciones de derechos humanos nunca defienden ni a la Policía ni a sus familiares.
En la agitada y convulsionada vida política del país se han sucedido infinidades de golpes de Estado, en los cuales las Fuerzas Armadas han jugado un papel preponderante, en la mayoría de veces disuasivo.
El profesionalismo militar nunca ha estado en duda. Lo comprobé personalmente como reportero en la guerra del Cenepa de enero de 1995. Durante las convulsionadas jornadas que derivaron en derrocamientos de presidentes siempre se invocó a las Fuerzas Armadas para que asuman ese papel profesional.
¿Cuántas veces se ha oído decir que las Fuerzas Armadas se pertenecen al pueblo y que por eso se cuidan de no disparar contra el pueblo? Eso se quebró la noche del 30 de septiembre: balas de uniformados segaron la vida de policías que tienen madre, hermanos o hijos.
Los políticos ni se inmutan por esto, al contrario, se vuelven más fanáticos, solo ven sus intereses, el poder es todo, es la razón de ser.
La noche del jueves se vio a policías de una rama especializada disparando contra sus compañeros. Se vio a militares disparando contra policías y a policías disparando contra militares.
Es decir, la premisa esa de que el pueblo no dispara contra el pueblo se rompió esa noche, el mito se derribó. Los uniformados recibieron órdenes, los políticos se escondieron, el Congreso no dijo ni pío, su Presidente estaba de viaje.
Todo golpe de Estado es deplorable, toda injusticia es condenable, toda tiranía, de izquierda o de derecha es inhumana, merece el repudio de la sociedad. Algún día los orgullosos serán juzgados por la historia.
Las exageraciones y las estridencias de los políticos son patéticas. Ya basta de héroes de papel, mi solidaridad de todo corazón a los familiares de los policías, militares y civiles y de todos los heridos de esa noche nefasta.
La esposa de un oficial del Ejército me comentó lo siguiente: “Los vi llegar después de la balacera quitándose sus cascos, estaban abatidos, tristes, sudorosos, no hablaban, no habían logrado ninguna hazaña, como por ejemplo la victoria del Cenepa”. Y yo agrego’ no hay nada más que decir.