De las palabras más recurridas en la política es evidente que: pueblo o popular se destaca entre las primeras. Los líderes se llenan la boca de algo que en el imaginario colectivo representa los valores más prístinos de la vida social. Lo hacen generalmente de manera cínica porque en su comportamiento desde el gobierno lo que menos les importa es ese conglomerado al que la pobreza y la marginación les ha privado justamente del raciocinio de distinguir al honesto del pillo. Hay que gritar a voz de cuello que uno es pueblo y repetirlo miles de veces hasta que la gente se convenza que detrás de una miserable suma de dinero mensual entregada en forma de subsidio, existe un “el compromiso con el pueblo”. Ese gobierno que da unas cifras que conoce muy bien, es incapaz de alcanzar los grandes objetivos que dice proclamar, se ufana que lo hace en nombre del mismo pueblo al que dice defender de los truhanes, canallas y ladrones de otros tiempo. No se dan cuenta generalmente que repiten sus acciones los mismos defectos que decían querer corregirlos.
América Latina sigue caminando en círculos. Damos vueltas retornando siempre al mismo sitio que habíamos partido. Hemos destruido las pocas instituciones que podrían funcionar para luego volver a reconstruirlas con una gran pérdida de tiempo, recursos y esfuerzo. Requerimos una lógica centrada en los resultados, una política que pueda medir la distancia que separa entre el discurso y la acción. Separar la cháchara de lo real y en base a ello distinguir con claridad a los canallas, que hablan en nombre del pueblo pero viven en contra de el. No es suficiente la literatura como fuente constructora de la realidad. Ella rinde mejores frutos en la ficción y de eso hay muchos ejemplos en América Latina incluido el último premio Nobel, pero seguir invocando personajes que solo viven en la imaginación de quienes lo usan para propósitos malsanos y ruines es criminal.
Los niveles de pobreza no soportan más mentiras ni sofismas. Debemos emprender es una labor titánica de transformación de nuestros esquemas educativos donde se han incubado esas visiones oníricas de pueblo que muchos proclaman aunque jamás la vivan. Necesitamos más esfuerzo en carreras técnicas que nos enseñen a ser justos como las matemáticas en cuyos niveles mundiales ni siquiera cualificamos. Cuando a los líderes políticos la palabra pueblo les demande entonces habremos nacido como nación para emprender en la diversidad, en el pluralismo y en el respeto un nivel de relacionamiento que permita crecer en oportunidades democráticas. Si seguimos declamando el concepto sin abordar el fondo habremos potenciado el rito electoral para vaciarlo del evangelio democrático Seguiremos fragmentados y separados para beneficio de los pillos de siempre.