Aunque hemos avanzado mucho en muchos aspectos, la política no es uno de ellos.
Seguimos encumbrando y admirando al macho más macho en vez de al aspirante a político serio y constructivo. Es más, los pretendientes a estadistas nos dan pena (ternura, como decían las abuelitas serranas mientras tejían) y nos burlamos de ellos porque proponen cosas imposibles y demasiado felices: instaurar por fin un Régimen republicano, de preferencia gastar menos dinero del que ingresa, tratar de respetar la ley cuando se pueda, tener en cuenta y valorar la opinión ajena y miles de cosas utópicas e infantiles de ese estilo.
Tampoco votamos por ellos, claro, porque sabemos que van a durar poco en el Palacio de Carondelet, por giles, por blandengues, por entreguistas, por traidores a la patria en definitiva. No hay nada más triste y más aburrido que un político serio (los chilenos tienen la palabra precisa: fome).
Estamos bien-gracias con nuestros valentones, con los discursos belicosos y vacíos, con la rabia crónica, con la ira perpetua, con el uso ilimitado y abusivo del hígado como órgano vital, con las arengas y con los gritos turbados. Nos acomodamos plácida y fácilmente a la pistola al cinto, a la amenaza, a los puñetazos y a las patadas. Hay que escoger siempre el agravio antes que a la idea (las ideas son para los bohemios), la trompada antes que el debate, la imposición a rajatabla antes que el consenso, los bramidos antes que el diálogo, las turbas antes que el sentido común.
Hay muchos ejemplos que ilustran el vigor pleno de la testosterona en estado puro, pero ninguno como el célebre intercambio fatal entre el general Millán Astray –que en materia de fanatismo militaba a la derecha de Gengis Kan y que en la práctica era una especie de ministro de propaganda del naciente franquismo- y el afiladísimo filósofo Miguel de Unamuno. Imagínense Salamanca, 12 de octubre de 1936. Ceremonia y pompa universitaria por el descubrimiento/conquista de América. Primeros meses de la guerra civil española, el más grande monumento a la intolerancia y al delirio en tiempos recientes. Millán Astray (apodado “El Novio de la Muerte”, porque le hacían falta un brazo y un ojo “missing in action”) arengó a los presentes en la conmemoración con el grito legionario de “¡Viva la muerte!” y Unamuno, rector de la universidad, le llamó la atención. El Novio de la Muerte le contestó a grito pelado: “¡Mueran los intelectuales!”. La réplica de Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis.”
Evidentemente Miguel de Unamuno dejó de ser rector de la Universidad de Salamanca casi en el acto. Ah, y murió en diciembre de ese año en una especie de arresto domiciliario. Colorín, colorado.