Una de las maneras más recurrentes de construir el discurso político simbólico y real es a través de actos de provocación que por reiterados y constantes pasan a ser parte del nuevo catecismo gubernamental en varios países latinoamericanos. Si la droga es un tema sensible, pues entonces la volvemos legal, si la concesión de asilo político de un personaje relevante puede servir a la causa: ¡pues concedámoslo! Y si además, amenazan con invadir la embajada… es mejor aún para los propósitos sobre los cuales discurre gran parte de la acción de gobierno que generalmente y por estas circunstancias está dominada por la provocación, el vituperio o la insolencia como recursos centrales. “Gobernar bien es aburrido y además no rinde dividendos”, parece ser la lógica de algunos gobernantes como aquellos que creen que invertir en educación es largo y costoso y, cuyos beneficios no “se ven a corto plazo”.
En estas sociedades babelianas lo que importa es gritar, confundir, provocar, insultar incluso de la manera más burda e irracional que permita concentrar en el debate bizantino o inútil gran parte de la tarea de lo que se denomina en ese ámbito: “gobernar”. En realidad estos recursos han sido construidos en laboratorios de comunicación sofisticados y a juzgar por sus resultados, no les ha ido del todo mal. La ciudadanía, como se dice en la jerga futbolera: se ha comido todos los amagues. A la provocación contra la prensa esta ha respondido con todo, como cuando el toro embiste la capa y no sin razón, ha tenido que jugar el rol de oposición en países donde el oficialismo se encargó de arrasar con toda forma de contestación y de contención. En ese escenario, el poder siempre tiene más posibilidades de éxito que la prensa arrinconada y forzada a desempeñar un papel diferente en ausencia de fuerzas que desde lo político hagan frente a bravuconadas, juicios y persecución del gobernante. Hay que estar atento a estos nuevos juegos de poder ya que en realidad muestran el claro sesgo autoritario de varios gobiernos al tiempo de posponer el trabajo en las cuestiones centrales: desempleo, inseguridad, inequidad o soberanía.
La provocación es todo un modelo de gobernar que ha tenido en Fidel Castro a uno de sus grandes maestros, hoy algunos aventajados y orgullosos alumnos repiten antiguas lecciones de la Guerra Fría con los mismos resultados que en Cuba. El Estado miserable de la isla, es una síntesis de la contradicción entre este tipo de recurso para gobernar y como aquello que verdaderamente debe importar no se enfrenta ni se lo administra como debiera.
Cuando la ciudadanía vea los resultados de esta agitación permanente y observe el tiempo perdido además de las condiciones paupérrimas de vida, recién ahí se habrá dado cuenta la futilidad de las provocaciones como recurso político en su vida pero lamentablemente será tarde.