¡Interesantísimo el análisis de Mary Anastasia O’Gready del Wall Street Journal, que a su vez lo reprodujera EL COMERCIO hace pocos días. Allí, la periodista estadounidense se interroga sobre un tema que cada día cobra más actualidad: ¿Por qué nadie protesta en La Habana?, pues luego de furiosas jornadas en El Cairo, Hosni Mubarak fue obligado a abandonar el Gobierno egipcio pero, aparentemente el contagio no llegó hasta la capital de Cuba.
El caso es que Mubarak fue forzado a dejar el mando luego de 30 años de ejercerlo autoritariamente, pero los hermanos Castro Ruz -primero Fidel y ahora Raúl- registran 51 años de dirigir el poder total.
Obviamente que es muy simplista reducir todo el asunto al punto numérico de cuántos años del desempeño del poder y de paso, testimonia un vez más la poca comprensión que suelen mostrar políticos, diplomáticos y periodistas estadounidenses acerca de las realidades y los fenómenos que se dan en los países extranjeros.
Pero lo que confiere el principal mérito al trabajo de O’Gready es que no se limita solo a las cifras, sino que además investiga entre otros factores que, a su juicio, marcan claras diferencias y abre la perspectiva de más aleccionadoras conclusiones. Un elemento significativo es la relación entre los hermanos Castro y los generales que dirigen al Ejército; otro es que el régimen de Cuba es más represivo que el de Egipto y, como remate, de esta sección, que en el arte de las dictaduras, “Hosni Mubarak no les llegaba ni a los talones a los hermanos”, además también hay que considerar el tema de la censura, el Internet y la tecnología que perforan barreras estimadas como impenetrables; el carisma de Fidel, así como las realizaciones cubanas en cuanto a los servicios de salud, a la alfabetización y a cierto sentido de orgullo y realización nacionales, que acaso vaya quedándose lejano en el tiempo.
En cuanto a la fundamental actitud de los militares, O’Gready es francamente ruda: “Castro compró la lealtad de la Policía secreta y las Fuerzas Armadas, al ceder el control de los tres sectores más rentables de la economía: las ventas minoristas, el turismo y los servicios”, con ironía que no la advierte ella, nótese que el argumento es de cariz típicamente marxista: todo lo que sucede responde solo al interés económico, al afán de las ganancias.
En cambio, califica la analista como “la diferencia más impactante entre Egipto y Cuba es el acceso de una y otra poblaciones a las informaciones y noticias”; la censura agrega, es más cerrada que la de Irán, China o Túnez, mientras que el servicio de telefonía celular es demasiado caro para la mayoría de la población de la isla caribeña.
De esta suerte, se diseña el panorama y se deja al lector con sus personales reflexiones. Por cierto, nunca puede perderse de vista lo azaroso de pronósticos en esta arena movediza y también las notas de dramatismo y de sorpresa que suelen caracterizar a los eventos de esta índole.