El lunes 31 de octubre fue el último día de la intervención militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Libia. Tropas de la OTAN nunca llegaron a pisar suelo libio y mantuvieron su promesa de respaldar el movimiento de liberación del pueblo libio solo desde el aire. Su última gran operación fue interceptar el convoy en el que quería salir de Sirte Muamar Gadafi. En esta misma semana, Kenia emprendió una campaña militar aérea contra la guerrilla somalí Al Shabab al sur de Somalia, como parte de una ofensiva acordada con el gobierno somalí de transición para detener su avance hacia el norte de Kenia. No obstante, durante su primer ataque aéreo, un centro de refugiados fue el principal afectado. Cinco murieron y 47 resultaron heridos, la mayoría mujeres y niños.
El asunto es extremadamente complejo. “La responsabilidad de proteger” (o R2P como se la conoce en la jerga internacional) dejó de ser el ideal pacifista de principios de los 90, para convertirse en un verdadero dilema global, pues cada vez es más claro que los conflictos más graves sucederán no entre países, sino entre facciones internas de una nación en disputa por el control del Estado como en el caso de Somalia o, como todo un pueblo rebelándose contra dictador represivo y sanguinario como el caso de Gadafi.
¿Cómo implementar un mandato de protección cuando la única forma de hacerlo es una operación militar, pues ha cerrado toda posibilidad de diálogo y ha embestido con toda violencia contra poblaciones civiles, como en el caso de Libia o recientemente en Somalia?
Desde una perspectiva política, el caso de Libia demostró la incapacidad de la Secretaría General de la ONU para tomar el liderazgo del caso y el control del proceso militar. Eso le hubiese dado una legitimidad incontestable. Pero con alguien tan gris y falto de luces como Ban Ki Moon eso es prácticamente imposible.
Desde la perspectiva militar, el caso Libio es importantísimo para entender el mundo del futuro. Los primeros en alistarse debieron ser los países árabes, pues fue la Liga Árabe la más entusiasta con la intervención, pero ninguno prestó siquiera un avión. Hay razones económicas pero principalmente tecnológicas. Es ya un secreto a voces el hecho de que nadie más en la tierra tiene la capacidad de coordinación que tiene la OTAN y menos aún las capacidades tecnológicas que le permiten minimizar la muerte de inocentes. Esta realidad se va a convertir en altamente problemática si el Consejo de Seguridad de la ONU no discute el problema a fondo e inicia un proceso de concertación tecnológica entre países no occidentales que puedan apoyar y democratizar los logros de la OTAN. Pocos están discutiendo eso en el Tercer Mundo y los que lo entendieron se han anotado ya en la lista de inversionistas de esas nuevas tecnologías.
Brasil y Turquía están entre los visionarios. Ese será el mundo del futuro.