La propiedad y los derechos

El Estado es una paradoja que se mueve entre el poder de los gobernantes y los derechos de las personas, entre la soberanía como factor y excusa de dominación y la responsabilidad por las condiciones de seguridad en que debe desarrollarse la vida, entre la autonomía que se proclama y la dependencia en que se vive. Es la paradoja que está marcada por la constante oscilación entre la arbitrariedad y los límites. En ese escenario de paradojas y contradicciones, uno de los personajes incómodos es, sin duda, la propiedad..

1.- La propiedad como hilo argumental de los derechos.-
Se habla mucho de los derechos fundamentales, de las libertades y de las garantías, pero no se enfatiza con la misma intensidad en un tema esencial: la explicación de la titularidad de esos pequeños espacios de poder que el individuo puede ejercer y oponer a la fuerza del Estado. Se dice, y es verdad, que esos derechos corresponden a la persona, y que provienen de su naturaleza y dignidad, y no necesariamente de la Ley. Admitiendo esto sin reservas, hay que advertir que, al menos desde la perspectiva jurídica, lo que está detrás, lo que sustenta el tema, es el concepto de "propiedad", y no me refiero ahora a la dimensión patrimonial o económica del concepto, sino al hecho de que todos los derechos pertenecen a cada individuo, y este, en consecuencia, es propietario de ellos. En virtud de esa titularidad, los ejerce y reclama, y por eso demanda amparos, por eso busca protección, por eso exige reparaciones cuando le afectan, todo porque es propietario de su libertad, de su opinión, de la posibilidad de reunirse, de votar, de participar. Si no admitimos la propiedad de los derechos como atributo de las personas, entonces, ellos dependerán solamente de la graciosa concesión del legislador, del favor del burócrata o de la venia del juez. Es decir, del arbitrio del poder.

2.- Las obligaciones como contrapartida de la propiedad de nuestros derechos.-
Como todo derecho del cual el individuo es dueño legítimo, esa titularidad genera en todos los demás, y en especial en la autoridad, en el Estado, la obligación correlativa de respetarlos, de cuidar que exista un ambiente adecuado para su ejercicio, de reparar las violaciones y restaurar los prejuicios que se irroguen a esa propiedad intangible. Este tema es, en mi opinión, el sustento final de las garantías del debido proceso, que hacen posible el acceso al amparo judicial, y que no son sino la expresión procesal de la titularidad de los derechos de los individuos. En este sentido, y en contra de lo que usualmente se cree, el Estado, es, por un lado, un conjunto de facultades precarias, provisionales y condicionadas, y además, un sistema de limitaciones frente al derecho de los individuos. El Estado es una estructura de obligaciones ante la persona.

3.- La propiedad como espacio de autonomía personal.-
La titularidad de todos los derechos -y en este caso, la propiedad entendida también en su perspectiva económica- constituyen la infraestructura de los espacios de autonomía personal, sin los cuales los individuos pasan a ser simples dependientes del poder. La dignidad prospera en la independencia, en la posibilidad de pensar y obrar fuera de la esfera y de las determinaciones del poder, e incluso en contra de ellas. ¿Tiene esas condiciones quién, por necesidad o por temor, debe hacer solo que la autoridad le dicta, quién debe pensar exclusivamente según la doctrina del gobernante? ¿Tiene esos espacios quién abdica de la diversidad de pensamiento, quién se ve obligado a creer y a repetir lo que le dicen que crea? Sin el cerco que la titularidad de los derechos impone al poder, nada de eso es posible. El patrimonio moral de los derechos es la trinchera de las libertades.

4.- ¿ Se pueden confiscar las libertades?.-
La teoría de que los derechos fundamentales son propiedad inalienable de la persona, que ella tiene un título que no nace de la Ley, sino de su condición de humanidad, plantea de inmediato el problema, y la pregunta, de si el Estado puede o no confiscar esos derechos, si puede limitarlos al punto de hacer imposible su ejercicio, si puede perseguir a los que se atreven a decir no y a defender sus espacios de autonomía. Este es el tema, y el drama, que se esconde detrás de todo proceso represivo. La pregunta es fundamental, porque de su respuesta dependen muchas posibilidades, muchas renuncias y muchos dolores. Depende el concepto de la autoridad, de si se la entiende como un mal necesario que solo se justifica para hacer posible el ejercicio razonable y respetuoso de las libertades, o si es una institución, y un personaje, creados para expropiar derechos y transferirlos de la esfera privada al ámbito público. Depende de aquella respuesta admitir si la legitimidad del poder radica en el servicio, o si consiste en el endiosamiento de una ideología, si la democracia es solamente un sistema electoral, o si transita también ella por el camino de las libertades que se respetan, del patrimonio intangible de los individuos, de los límites y de las razones.

5.- El patrimonio de los derechos fundamentales.-
Si se admite que los derechos fundamentales son de propiedad de cada individuo, entonces, el concepto de "patrimonio" supera largamente la connotación económica a la que usualmente se contrae tal término. En efecto, cada persona tiene un patrimonio moral y material que genera obligaciones de los demás y obligaciones específicas del Estado, que, en definitiva, son límites. La propiedad de las cosas tangibles forma parte de ese bagaje. En esa perspectiva, las doctrinas que desconocen la propiedad privada, los regímenes que expropian derechos y cosas son ilegítimos, porque ningún poder puede superar las barreras que le imponen los derechos individuales, pueden solo modular su ejercicio en beneficio de la comunidad, pero nada más. Pueden hacer posible la expansión de las posibilidades de las personas, pueden y deben dotar de contenidos materiales y sociales a las libertades, pero no suprimirlas.

6.- El secreto del poder: la dependencia del Estado.-
En esta perspectiva, el secreto del poder está en afianzar la dependencia patrimonial y espirituales respecto del Estado. Mientras más poder, menos patrimonio de derechos individuales. Mientras más potestades, menos espacios de autonomía personal, mientras más intervención, menos imaginación. Así pues, no hay que tenerle temor, y menos aún, antipatía al concepto de propiedad, ella explica la titularidad de los derechos, ella garantiza la autonomía indispensable para ser distinto del Estado, autónomo, crítico y pensante.

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