El Prometeo Encadenado de Esquilo se ha transformado en muchos prometeos antiguos y contemporáneos. El mito clásico de Prometeo aduce a la fuerza de la razón sobre la fuerza bruta; simboliza sobre todo lo grande y elevado sobre lo bajo y rastrero, la humanidad condenada a la lucha continua. En ‘Prometeo Deportado’, la película de Fernando Mieles, el prometeo es el “mago, prestidigitador, mentalizador y escapista más grande de todo el Ecuador” (Cacho Gallegos) que abre y cierra la obra de forma brillante. Un ilusionista que llena de esperanza a sus interlocutores, trazando metas discursivas y de manos hábiles, que se enamora (como de Pandora y su caja de sorpresas) de una nueva ilusión, la joven (Ximena Mieles) disfrazada de modelo, rubia y de falsos ojos azules, prostituta de profesión. Decenas más de actores ecuatorianos entran en acción paulatinamente a lo largo de la película, tras ser deportados en un aeropuerto del ‘primer mundo’. Escenario de esta tragicomedia es una anodina y aséptica habitación que se va transformando en una reproducción de nuestro pequeño y diverso país. Nuevas búsquedas de rasgos identitarios, como lo hicieran en la última década los escritores Miguel Donoso, Jorge Enrique Adoum u Oswaldo Hurtado.
El ‘tercer mundo’ –Ecuador- es definido a través de una multiplicidad de caracteres de los andares más diversos: las beatas quiteñas en viaje al Vaticano llevando santos de su devoción, el escritor con su biblioteca a cuestas, intelectual, único personaje que muere en el baño bajo extrañas condiciones, el deportista de élite que muta y se transforma en político abusivo, juntos con otros estrafalarios personajes corruptos, el pelucón ladrón que huye de los juicios anunciados, la banda de pueblo y tantos otros. Lo interesante es la reversión de roles que hace Mieles: en los ‘malos’ deportados subyace un pueblo lleno de ternura, generosidad, solidaridad y humor (salvo los políticos de turno), en tanto que los ‘buenos’ deportadores aparecerán siempre lejanos, inhumanos, uniformados, que cumplen con la bastarda ley de proteger los oscuros intereses de Occidente de fronteras inaccesibles. Un solo personaje acusado de tráfico de drogas (tortugas inofensivas) deambula perdido y ‘libre’ por el aeropuerto, libre de cargos.
Es una película extraordinaria que se puede leer de modo ligero si no atendemos con cuidado los diálogos, gestos y sobretodo lo simbólico de cada uno de los objetos seleccionados con maestría, y que engrosan las filas de seres (inanimados). El inesperado final cierra el ciclo, todos huyen por la maleta del mago, no se sabe donde van, lo hacen con la inocencia y frescura con la que vivieron su temporal confinamiento.