Promesas fáciles

La democracia no solo está en crisis sino que va de mal en peor como se puede comprobar mirando en cualquier dirección.

El millonario parlanchín Donald Trump ha puesto en crisis una de las más sólidas democracias, la democracia estadounidense. Los líderes más cautos del Partido Republicano ven que con ese candidato no solo aseguran una derrota frente a los demócratas sino que ponen en riesgo el futuro del partido y los principios fundamentales de la democracia. Un político vocinglero, aprendiz de Berlusconi y los caudillos latinoamericanos, no es potable para una democracia decente y buscan alguna pócima que les libere del pintoresco millonario.

En España, un grupo de jóvenes entrenados por los caudillos latinoamericanos y financiados por los fondos petroleros del socialismo del siglo XXI, intenta tomarse el gobierno en la península y ha logrado paralizar la democracia. Los partidos tradicionales que se habían turnado en el poder y se encuentran ahora carcomidos por la corrupción, no tienen ya el suficiente apoyo popular para formar gobierno. Llevan más de dos meses sin alcanzar un acuerdo político y dando el espectáculo penoso de lanzarse entre ellos frases y acusaciones como puñales abren heridas que no sanarán ni con la repetición de las elecciones.

En Brasil ha sido detenido el santo laico, Lula da Silva, que ha caído de su pedestal después de haber sido venerado y considerado indispensable en la política del gigante sudamericano. Ahora tiene que afrontar acusaciones de corrupción en el manejo de 2 000 millones de dólares de la empresa petrolera nacional. En su caída arrastrará a su sucesora Dilma Rousseff, quien se mantiene en el poder suspendida por hilos.

En Ecuador, el presidente Rafael Correa pasa malas horas tratando de conseguir los recursos necesarios para mantener un gobierno que se acostumbró a la abundancia y el dispendio. Empuja el problema hacia adelante con préstamos chinos y no intenta hacer correcciones a su modelo económico; en lo político, solo tiene enfrentamientos, que algunos consideran provocaciones, con universidades, militares, estudiantes, trabajadores, y movimientos sociales.

Todos tienen en común las promesas fáciles que hicieron y hacen a un electorado, decepcionado con los viejos partidos y que exige los paraísos prometidos por los nuevos partidos. Esta fórmula política de utilizar a los candidatos como instrumentos para castigar a los políticos ineficaces y para castigar una corrupción creciente, no ha funcionado nunca y amenaza con transformar las campañas en shows de televisión y espectáculos de farándula, precisamente cuando los problemas son más graves que nunca y exigen seriedad, imaginación y hasta alguna dosis de genialidad en los líderes que pretenden manejar los gobiernos. Las promesas fáciles solo delatan irresponsabilidad y ambición desmedida de poder.

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