Inversores y analistas económicos han comenzado a hacerse la misma pregunta que formulé en un artículo hace 18 años: “¿Quién perdió a la Argentina?”. A fines de 2001, mientras se intensificaba la búsqueda de culpables, el país iba camino de incumplir el pago de sus deudas, caer en una profunda recesión y sufrir una pérdida duradera de credibilidad internacional. Ahora, para los papeles de víctima y acusador vuelven a competir muchos de los candidatos de antes, y se sumaron otros. Intencionalmente o no, todos están repitiendo una tragedia evitable.
Tras un mal resultado en las elecciones primarias, el presidente argentino Mauricio Macri busca otro mandato en condiciones económicas y financieras que prometió que nunca volverían. El país impuso controles de capitales y anunció un reperfilamiento del pago de sus deudas. Moody’s degradó la deuda soberana argentina, hundiéndola más en el territorio de los bonos basura, y Standard & Poor’s la declaró en default selectivo. Mientras se desarrolla una recesión profunda, la inflación está en niveles muy altos, y es casi seguro que habrá un aumento de la pobreza.
No han pasado aún cuatro años desde que Macri asumió y comenzó a implementar una agenda de reformas ampliamente elogiada por la comunidad internacional. Pero después el país se metió en problemas y recibió del Fondo Monetario Internacional un préstamo por un monto récord.
Argentina ha vuelto a caer en una crisis por que desde la última debacle, no hubo cambios suficientes. Por eso, las bases económicas y financieras no dejaron de ser vulnerables a perturbaciones internas o externas.
El compromiso de las autoridades económicas y financieras de Argentina con un ambicioso programa de reformas no las libró de cometer varios errores no forzados. La disciplina fiscal y las reformas estructurales se aplicaron en forma despareja, y el banco central dilapidó su credibilidad en momentos clave. Sobre todo, las autoridades argentinas actuales cayeron en la misma tentación que malogró a las anteriores. En un intento de compensar la lentitud en la mejora de la capacidad interna, permitieron una acumulación excesiva de deuda denominada en moneda extranjera, que agravó lo que los economistas denominan “el pecado original”: un descalce de monedas significativo entre activos y pasivos, y entre ingresos y pagos de la deuda.
Peor aún, esta deuda la compraron no sólo inversores con experiencia en los mercados emergentes, sino “inversores turistas” .
Impertérritos ante el historial argentino de volatilidad crónica y episodios de iliquidez (incluidos ocho defaults anteriores), los acreedores acumularon toda la deuda que el país y sus empresas emitieran, incluida la muy exitosa emisión de un bono a cien años por el que se recaudaron 2750 millones de dólares a un tipo de interés de apenas el 7,9%.
Mohamed A. El-Erian