Durante esta interminable peste maldita, se han instalado 3 medidas de protección: lavado de manos, uso de mascarilla y distanciamiento. Se han exigido como antídoto y dique a una muerte colectiva. Nuestra sociedad es ahora una “sociedad de la sobrevivencia” que enfrenta -con encubrimientos y simbolismos- una guerra cotidiana. Continuar la vida es la consigna.
Las medidas de prevención insturadas están respaldadas por la experiencia y por avances científicos. Se aplican con diverso celo o se ignoran desafiando al mismo diablo. En algunos lugares han ocasionado broncas de calle, congregaciones clandestinas, desplantes públicos. La peor amenaza persiste: las aglomeraciones. Ni la persuasión ni la fuerza las han doblegado.
La más compleja y perversa medida es el distanciamiento social. Esos insignificantes 2 metros de separación constituyen todo un símbolo de estos tiempos. Está prohibido tocar y abrazar. Mini áreas individuales que no admiten invasiones. Un pequeño gran abismo de distancias.
Las consecuencias más tristes las sufren los niños. Su alejamiento forzado y excepcional de la escuela -espacio de contactos por excelencia- genera impactos indeseables: retraimiento, frustraciones, escapismo, depresiones, blindaje, culpas. La percepción del otro se distorsiona y se extiende la desconfianza. Se vive la separación como sospecha, peligro y maltrato. Toda infancia se encoge sin movimiento, relaciones, mimos, abrazos.
Las opiniones sobre los impactos del distanciamiento se han centrado en la órbita sanitaria y sicológica.. Incorporamos aquí una reflexión desde los territorios de la cultura. Lo hacemos de la mano del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Los ha analizado en un sugestivo libro (La desaparición de los rituales) y en artículos y entrevistas. Según el autor las acciones de enmascararse y las prohibiciones de mirarse, tocarse y abrazarse atentan contra uno de los ritos más naturales. Y los rituales, no son poca cosa.
Siguiendo al autor, “los rituales son en el tiempo lo que una vivienda es en el espacio. Hacen habitable el tiempo, como si fuera una casa. Ordenan el tiempo y de este modo hacen que tenga sentido para nosotros… los rituales son técnicas simbólicas de instalación en un hogar.
Transforman el estar en el mundo en un estar en casa. Convierten el mundo en un lugar fiable”.
La epidemia, sus precauciones, remedios y secuelas trascienden la esfera sanitaria. Provocan quiebres relevantes en la cultura, los comportamientos y valores colectivos. En nuestra sociedad, tan ávida por el contacto y el abrazo, los efectos son mayores. La amputación de ritos sociales de cohesión y pertenencia tendrán impredecibles implicaciones. El sentido de “estar en casa y en un lugar fiable” se tambalea y trastoca actitudes y principios. La trascendencia del otro en el cotidiano queda lastimada. Y con ello, la de uno mismo.