No hay vuelta atrás. Desarrollo y progreso parecen ser, en tiempos revolucionarios, la novelería del shopping, la desesperación por comprar cualquier cosa que está en el mercado y que represente al más puro capital al que decimos aborrecer.
Desarrollo es que una cadena de supermercados abra su sucursal en el poblado amazónico, que era pequeño y que se creció gracias a los dineros petroleros, y que haya más gente queriendo entrar a la enorme tienda, que a concierto de rock: larga cola y a empellones para admirar, boquiabiertos, las perchas con carnes, legumbres, frutas, ropas, que, seguramente, se entienden también como parte del buen vivir.
Desarrollo y progreso son, definitivamente, ripio y pavimento. Y el puente con cuatro carriles y dos enormes y pesadas torres de hormigón que empequeñecen a los gigantescos árboles de la selva y que están adornadas con coloridas luces neón que brillan en la noche compitiendo con el brillo de las estrellas y dejando invisibles a los cocuyos y luciérnagas. Puente que, por cierto, ahora busca un nombre salido de la voluntad popular, y que ojalá y encuentre uno apropiado para honrar a alguno de los hijos más notables de la selva, recordar su gesta de hace 25 años y mantenerla viva en la memoria y no para borrar definitivamente la historia con el asfalto y con el ruido del pasar de camiones y maquinaria pesada, indispensables para la extracción petrolera o maderera de las entrañas mismas de la selva que proclamamos defender.
No hay vuelta atrás. El sonido de la selva poco a poco se irá silenciando. El sol se apagará ya no en los rojos con los que se tiñe el cielo sino con la nube negra del transporte pesado. Sus habitantes correrán tras el dinero para el pan de hoy, aunque eso signifique el hambre para mañana. Los jóvenes poco a poco olvidarán sus idiomas maternos porque no les servirá para nada. El Doroboro de los waorani (el Napo), será la vía fluvial para los grandes negocios que traerá la famosa Manta-Manaos. Y si la vía fluvial no funciona, porque las enormes barcazas se quedarán varadas en las playas y bancos de arena, seguro que se harán más carreteras que traspasen esa selva y lleguen al Curaray, cruzando un parque nacional.
No hay vuelta atrás. El cemento se tomará del todo el verde. El tráfico se volverá imposible. Y tendremos desarrollo y progreso aunque tengamos escuelas sin profesores y menos, aún, universidades, bibliotecas o museos. Tendremos más gente en el mall que en colegios y escuelas. Tendremos más consumidores que ciudadanos. Y, allá, perdida en el olvido, quedará alguna foto para el recuerdo, amarillenta con el paso del tiempo, que muestre lo bella que era la vida sencilla de la selva.