El 17 de octubre se inician en Noruega (Oslo) los diálogos entre los representantes del Gobierno de Colombia y de las FARC, en el marco del nuevo proceso de paz propuesto por el presidente Juan Manuel Santos, en una plausible iniciativa encaminada a poner fin al cruento conflicto interno que afecta al país desde hace más de medio siglo. Las deliberaciones continuarán después en La Habana. Sería deseable por cierto que este proceso culminase con buen éxito, para bien del pueblo colombiano y de la región, pues los intentos anteriores no alcanzaron dicho objetivo, pero la complejidad del tema no ofrece espacio a un optimismo prematuro.
Como se sabe, la trayectoria histórica de la violencia en Colombia se remonta al siglo XIX, por conflagraciones de orden político, pero la realidad contemporánea tuvo su punto de inflexión en 1948, a raíz del sangriento “bogotazo”, coincidente con la celebración de la Novena Conferencia Internacional Americana, que abrió una etapa de confrontaciones cíclicas.
Uno de los esfuerzos precursores en la búsqueda de la paz fue el decreto de amnistía promulgado en 1984 por el presidente Belisario Betancur, quien exhortó a todas las facciones guerrilleras a deponer sus armas y reintegrarse a la sociedad civil. Solo el M-19 se acogió a la amnistía y formó un movimiento político que hasta ahora participa de los quehaceres cívicos. Las FARC, el ELN y demás agrupaciones rebeldes rechazaron la iniciativa oficial y han continuado en sus actividades narcoguerrilleras.
El presidente Andrés Pastrana abrió un diálogo encaminado a encontrar una solución política al conflicto, especialmente con las FARC, que es la principal organización guerrillera. Se instaló una zona de despeje en Caguán como elemento impulsor del diálogo, pero la engañosa intencionalidad de los guerrilleros no contribuyó a los afanes de llegar a acuerdos sino a su fortalecimiento estructural. En 1999, Pastrana optó por el Plan Colombia, en asociación con EE.UU., con base en un proyecto multidisciplinario técnicamente concebido. Los buenos propósitos del Mandatario naufragaron en una realidad preocupante.
Ante ese panorama desalentador, surgió el discurso belicista del candidato Álvaro Uribe, que lo llevó al poder y a la reelección. Su política tuvo amplio apoyo popular y debilitó a los violentos, cuyos líderes históricos fueron eliminados. Frente a esta situación, el presidente Santos plantea la posibilidad de una negociación definitiva con las FARC y señala un plazo, según informó a la Asamblea General de la ONU. Nuestro país, por consideraciones obvias, debe acompañar con ahínco y diligencia el proceso. Cualquiera sea el resultado de las negociaciones la situación no variará mucho para el Ecuador, sobre todo por la acción de grupos vinculados con la violencia y el narcotráfico, beneficiarios de enormes réditos ilícitos.