La bendición del fuego y del cirio pascual es la ceremonia más sugestiva de Semana Santa. En la puerta del templo, que está en tinieblas, el celebrante obtiene un fuego nuevo mediante pedernales y con él enciende el cirio pascual, del cual toman la luz todos los asistentes. Es también la ceremonia más importante de la liturgia cristiana porque se celebra la resurrección, hecho fundamental del misterio cristiano, según San Pablo, que dijo: “Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe”.
El cristianismo eliminó dos mitos del mundo antiguo: el tiempo circular y el destino. Según la concepción helenística, la historia era una rueda que avanzaba hacia el punto inicial, el tiempo era una cárcel. El cristianismo inaugura la temporalidad lineal y la libertad, que siendo innovadora torna imposible el agotamiento o la reiteración del tiempo; La libertad destruye también la idea del destino inexorable. A diferencia de los animales que solo pueden actuar en la forma que les ha condicionado el instinto, el ser humano conoce el bien y el mal y puede elegir entre ellos. Esta verdad es el fundamento de conceptos como autoridad, ley, sanción y justicia; en definitiva, hizo posible el Estado moderno. Pero el ejercicio de la libertad no es fácil.
Fedor Dostoievski lo mostró con extraordinaria lucidez con el cuento del ‘Gran Inquisidor’ incluido en su novela ‘Los Hermanos Karamasov’. Jesús vuelve a la Tierra y camina por las calles de la ciudad medieval de Sevilla repartiendo paz y dulzura. Todavía se percibe el olor de las hogueras de la víspera en las que han muerto varios herejes. En la puerta de la catedral se encuentra con el guardián de la fe, un viejo enjuto de noventa años, alto, erguido, de ascética delgadez que le reconoce de inmediato y, sin embargo, con un brillo fatídico en los ojos, ordena que le tomen preso. En la noche, cuando visita a Jesús en el calabozo le dice: “No ha habido para el hombre y para la sociedad nada tan espantoso como la libertad… Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: ¡Cadenas y pan! Se convencerán también que son indignos de la libertad; débiles, viciosos, necios, indómitos… Nosotros, entonces, les daremos a los hombres una felicidad en armonía con su débil naturaleza, una felicidad compuesta de pan y humildad. ¡Vete y no vuelvas nunca!”.
El fardo de la libertad es muy pesado, por eso hay muchos dispuestos a la sumisión y siempre habrá interesados en decidir por los demás, en ejercer la autoridad, imponer la ley, el castigo y el premio. Ahora que se quiere regular la libre expresión con la Ley de Comunicación, deberían saber los asambleístas y los ciudadanos que no se puede aceptar ni la más mínima reducción de la libertad sin aceptar la reducción de la condición de humanos.