Podrá parecer poco, pero los acontecimientos derivados de la última sesión del Concejo Metropolitano de Quito, en la que se suspendieron las compensaciones para los buses y la regularización de taxis, pueden traer complicaciones a la ciudad en términos de tiempo, una vez que las obras del Metro avanzan.
¿Qué tiene ver lo uno con lo otro? Que el Metro es una apuesta de la ciudad para su movilidad. Se trata de una propuesta de tipo integral, en donde habrá más taxis en las calles y cambios en las líneas de buses para que se pueda operar con más calidad (lo que incluye un pago con tarjeta inteligente).
Sin embargo, cada uno de estos pasos siguen alargándose. Sin ellos, la eficiencia de la movilidad en Quito está comprometida.
El problema es que se habla de un posible tema de corrupción, por la informaciones que ha dado la Fiscalía, habría problemas tanto en las compensaciones que reciben los choferes por sus aciertos -por decirlo así- en la calidad del servicio al cliente, y en la calificación de los taxistas que podrían acogerse a los 8 693 nuevos cupos para que operen legalmente en las calles.
Si se trata de un caso de corrupción sistemática, se habrá demostrado una vez más que no es un problema entre privados, como se ha tratado de hacer creer a la comunidad, sino que es un fenómeno que trae consecuencias para todos los ciudadanos.
Un problema de corrupción (que debe ser probado hasta el mínimo detalle en las instancias judiciales) no es un hecho aislado. Por lo general, se proyecta. Si se puede hacer una comparación, es como la contaminación del aire. Se convierte en un velo de oscuridad que penetra hasta en los rincones más escondidos de la ciudad. Y apesta. Y asfixia…
El problema es acostumbrarse al esmog. El problema es acostumbrarse a que los funcionarios públicos estén ungidos con la sombra de la duda.
El problema es acostumbrarse a que todo se dilate en el tiempo, que y que la corrupción pase como algo normal. El problema es acostumbrarse a la corrupción.