Montañita se convirtió hace más de veinte años en el punto clave del turismo para surfear; entonces llegaron muchos argentinos y chilenos, algunos se quedaron. La pequeña ciudad no dio abasto, ni el agua, ni sus alcantarillas ni las montañas de basura sin recoger. Del surf fue pasando a la fiesta loca, de mucho licor y drogas; hasta antes de la pandemia llegaban buses de gente que venía “a romperla”. Y así se fue desplazando el turismo de la parroquia de Manglar Alto hacia el norte y se ofreció mejor acomodación, restaurantes y lugares de diversión. Olón tomó la posta y la pandemia diversificó el tipo de habitantes.
Esta región -entre Manglar Alto y La Rinconada- ha ido atrayendo nuevas poblaciones, aunque sigue siendo base de un turismo local cuencano; se encuentran muchos dueños de restaurantes u otros negocios de este sector. Hace poco, el jubilado estadounidense dejó el frío de Cuenca y se empezó a relocalizar en Olón. Su forma de comunicación el “Olón Life”, medio en Facebook que comunica sobre casas en venta o arriendo, muebles, médicos y diversiones, consolida a la nueva comunidad.
Paralelo a este fenómeno, surgió la “vuelta” de guayaquileños a casas de playa de alto nivel que habían sido semi abandonadas; ahora buscan estadías o arriendos por períodos de tiempo más largo. La construcción es febril. Es una extraña combinación de pobres caseríos y suntuosas mansiones; de restaurantes de alto nivel y del carrito de los ceviches.
Son dos vidas distintas: los locales carecen de buena educación. Si bien cada comuna tiene una escuela pública, la virtualidad de la educación ha causado un ausentismo alarmante. Los niños, muchos, pasan en la calle, su futuro es incierto. Planes y proyectos del sector turístico deben estar íntimamente ligados con el sector educativo y responder a problemáticas próximas a sus intereses. La atención a los servicios básicos es fundamental. La Ruta del Sol no responde a las expectativas de sus pobladores. Cambiar prioridades es fundamental.