A finales del siglo XVI en Inglaterra estuvo en boga la teoría de la supremacía del parlamento. Los ingleses nunca se despegaron de la preeminencia de la ley. Todos, incluidos los reyes, están sometidos a las reglas y al derecho. Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI, dice que, “el Senado romano afirmaba tener el poder de convertir a los hombres en dioses y después esperaba que los súbditos del imperio adoraran a esos dioses”. Pero fue sólo un mito. Como muchos otros.
Los textos constitucionales del siglo XIX en comparación con las constituciones actuales, evidencian la merma de potestades que correspondían a los congresos, trasladados ahora al Ejecutivo. Por ejemplo, nombramientos de diplomáticos, iniciativa tributaria, incrementos salariales, ascensos en la Fuerza Pública. Aún en los sistemas parlamentarios, donde el poder del gobierno se desprende de la mayoría parlamentaria, el primer ministro, jefe de gobierno o Canciller, acumulan más poder que las asambleas parlamentarias. Hay una tendencia, hacia la “presidencializaciòn de las democracias”, afirma Pierre Rosanvallón.
Qué diremos de los regímenes presidenciales, donde el mayor ámbito de poder y atribuciones se asigna a la función Ejecutiva, al extremo que se habla del hiper presidencialismo o presidencialismo absoluto. El fortalecimiento del Ejecutivo es un fenómeno que se produce en todas las democracias. Al fin de cuentas, tiene los recursos, las tecnologías, los técnicos y los aparatos burocráticos. Las iniciativas legislativas más relevantes provienen del Ejecutivo.
En la crisis de gobernabilidad y credibilidad, es la institución parlamentaria la que más desilusiona y se deslegitima. Si la composición de la asamblea luce mediocre, entonces, aún sus debates pierden interés. Resulta que, un programa noticioso o entrevista radial, genera más interés que una discusión entre asambleístas. La representación pesa menos, aunque sea imprescindible.