Ese día de Navidad de 1511 en una rústica iglesia que los dominicos habían levantado en la isla Española, un pequeño fraile llamado Antonio de Montesinos subió al púlpito y frente a una feligresía de encomenderos pronunció un sermón que será recordado como un acontecimiento en la historia espiritual de América. Montesinos -un predicador de la estirpe de un Juan Bautista- fue el primero en el Nuevo Mundo que alzó su voz en defensa de los indios quienes desfallecían bajo el peso de la explotación colonizadora. Con la rotundidad de un profeta bíblico y para pasmo de aquella gente que de España había traído la codicia y la avidez del oro, les habló con voz de trueno: “Esta voz dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas?”.
Tal fue el desconcierto de los colonos que se negaban a creer lo que habían oído. Las palabras del fraile sonaban a desacato e insensatez. Era como si un predicador de estos días se empinara en Wall Street y exhortara a los banqueros del mundo a desprenderse de sus riquezas para dárselas a los pobres. Aquella fue la primera vez que se ponía en entredicho la legitimidad moral y jurídica de la conquista española.
Por disposición real, el asunto fue sometido al examen de los más reputados teólogos del reino. Serán ellos los que determinen si los indios podían ser esclavizados o, por el contrario, titulares de derechos como cualquier vasallo. En la España conquistadora, la opinión de los teólogos era tan importante como un arsenal de cañones; ellos definían cuándo una guerra era justa y cuándo era inicua la tolerancia. La obsesión religiosa y legalista, la pasión por los extremos han sido algo propio del espíritu español; la opinión de un teólogo y la fe de un escribano eran determinantes.
Francisco de Vitoria (1510), teólogo de Salamanca, había fijado un catálogo de 15 “Derechos humanos”; entre ellos los siguientes: “Los hombres no nacen esclavos sino libres”; “Toda nación tiene derecho a gobernarse a sí misma y aceptar el régimen político que quiera”. Dictaminó que no era lícita la guerra por diferencias de creencias o religión. Puso los fundamentos del “derecho de gentes”. Su doctrina es la antípoda de la de Maquiavelo quien sostenía que el Estado es moralmente autónomo. Montesinos, Vitoria y Bartolomé de las Casas pusieron en tela de duda la moralidad de la conquista española. Este fue el inicio de un pensamiento humanista al que lo he llamado “Humanismo de la salvación” ya que estuvo encaminado a la defensa del hombre de América en un triple sentido: como persona, como vasallo y como pueblo con una lengua y cultura propias.