Tengo la impresión de que el señor Lasso no aprovechó completamente el nivel de aceptación que alcanzó con su éxito en la campaña 9/100 –cuyo mérito (aparte de la eficacia en la provisión de vacunas), corresponde principalmente a la señora Garzón, quien ha demostrado tener grandes dotes de organizadora. Pero ningún gobierno puede vivir por mucho tiempo de los aplausos limpiamente conquistados en un programa semejante. Cualquier país, en cualquier tiempo, necesita que su gobierno actúe, que decida, que oriente, que lidere. Más todavía si se trata de un país pequeño, dependiente en alto grado de las entidades financieras internacionales, y agobiado por un cúmulo de problemas no resueltos.
Ha sido saludable, desde luego, que el señor Lasso convoque a un diálogo nacional, pero quizá se haya equivocado al fragmentarlo. Es oportuno recordarle que un todo, cualquiera que sea, no es igual a la simple suma de sus partes. Si lo fuera, todos los rostros serían iguales, porque todos tienen los mismos elementos.
Tampoco el país es la simple suma de sus distintos sectores sociales o económicos: un país es una estructura humana, política, social, económica, cultural, histórica, y debe ser tratado como tal, buscando el equilibrio entre lo que conviene a algunos y lo que necesitamos todos.
Por encima de los intereses y las necesidades de cada grupo están las relaciones que existen entre todos. La fragmentación del diálogo, que busca llegar a resultados parciales, corre el riesgo de que los acuerdos alcanzados con un sector sean perjudiciales para otro sector que (bueno es recordarlo) tiene los mismos derechos.
El Presidente está obligado a gobernar para todos, y si cree que el diálogo es el camino para llegar a decisiones, tiene que dialogar con todos. No es la suma de soluciones parciales la que permitirá al Ecuador salir de la situación en que se encuentra, sino el consenso general sobre soluciones globales.
Por otra parte, me parece que el señor Lasso ha tenido otros traspiés que, si bien son explicables, pueden acarrear consecuencias negativas. Primero, se adelantó con el anuncio de proyectos de ley que enviaría a la Asamblea, pero tardó en enviar lo principal, su plan de desarrollo, que ha llegado cuando las especulaciones y sospechas ya le han creado un ambiente de recelo y suspicacia. Segundo, como si supiera de antemano que sus proyectos serán rechazados, el propio señor Lasso, en lugar de esforzarse por lograr su aceptación, ha echado a rodar la idea de una consulta popular, bajo el supuesto de que la aceptación a su gobierno ha sido alta y seguirá siéndolo en el futuro.
Varias veces se ha repetido que el éxito del gobierno es el éxito del país: aunque pienso que tal apotegma no siempre es verdadero, no quisiera creer que hay sectores empeñados en provocar deliberadamente el fracaso del Gobierno. Si los hay, solo confirmarán la sospecha de que el nuestro es un país autodestructivo.