¿Presidente del país o de Alianza País?

Un candidato llega a la Presidencia con el respaldo de una mayoría de votantes. Sin embargo, desde que es posesionado asume un compromiso con todos los ecuatorianos. Da igual si votaron por él o por otro candidato.

Pasa algo similar con los partidos o movimientos que auspician las candidaturas. Si bien un colectivo de personas apuesta por un proyecto político, moviliza sus recursos en la campaña electoral y construye una base ideológica con la militancia, las decisiones en el ejercicio del Gobierno influyen en todas las organizaciones.

Carece de importancia si han suscrito o no acuerdos con el oficialismo. Representan a las diferentes tendencias que coexisten en el sistema político. Tienen el derecho -al menos en un sistema democrático- de ser escuchadas; incluidas en el diálogo.

Ese principio se desvaneció en los últimos años con el discurso de la coherencia militante. Alianza País confundió la disciplina partidaria con el centralismo político propio de los regímenes totalitarios.

Se impuso una idea única que dejó como resultado la polarización que se vio reflejada en los resultados electorales generales del 2 de abril del 2017.

Esa necesaria distancia entre el Presidente de los ecuatorianos y el presidente del partido existió en un momento determinado y era aplaudida. Cuando León Febres-Cordero (de la extrema derecha) asumió la presidencia de la República, él fue un afiliado más del Partido Social Cristiano. Lo mismo pasó en la administración de Rodrigo Borja, ubicado en el otra tendencia ideológica. A la Izquierda Democrática (ID) no se le ocurrió mocionarlo para que dirija el partido, como ocurre ahora con Alianza País.

Si Lenín Moreno quiere ser el Presidente de todos los ecuatorianos como ha ofrecido, quizá sea el momento de evaluar su papel en la estructura de la organización. Dejar de ser presidente de un partido no implica alejarse de los principios. Al contrario, es una muestra de coherencia y madurez democrática.

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