El problema no es Correa, ni lo fueron Febres Cordero, Abdalá o Lucio (o inserte aquí el nombre de su preferencia). El problema somos nosotros, que, incapaces de montar un sistema para convivir civilizadamente, avalamos y optamos por el presidencialismo sin beneficio de inventario. Un sistema que, como hemos comprobado hasta la saciedad, no funciona en nuestra realidad tan pluri, tan multi y tan alebrestada.
El presidencialismo (que hoy gracias a la trastada de Montecristi no solo es híper, sino que padece obesidad mórbida) es nuestro gran problema; sobre el cual deberíamos estar discutiendo en asambleas populares, en las oficinas, en la merienda, en las universidades… Para ver cómo salimos de él, por la vía democrática.
Esta divagación/propuesta surgió hace poco de una autopregunta: ¿Para qué sirve un presidente; cuál debería ser su trabajo?, que a su vez se generó cuando un noticiero anunciaba que Rafael Correa andaba por Esmeraldas visitando gente, más que nada para promover sus proyectos político y económico.
¿Esa rutina de campaña eterna es la que debe cumplir un presidente? Las respuestas saltaban en caída libre desde algún lugar del cerebro hacia la nada: “No”. “A veces”. “Definitivamente, no”. “¿Por qué no?”. “Tal vez”. “¿Será?”. Y cuando la duda marcaba la tónica de las respuestas quedó claro que estaba haciendo la pregunta equivocada. La pregunta correcta es: ¿Ecuador necesita tener un presidente? o ¿Ecuador podría salir del presidencialismo y, por ejemplo, adoptar un sistema más parecido al parlamentarismo? Si el presidencialismo no nos funciona en términos de gobernabilidad (a no ser que sea a carajazo limpio, con mano de hierro), ¿qué funcionaría?
Porque Ecuador es complicado. Por eso mismo, este país de voces, perspectivas, necesidades e intereses tan variados demanda una estructura menos vertical, que obligatoriamente se levante sobre muchos consensos y esté constituida para proteger los derechos de las minorías también. Y la tarea es titánica; inconformes y peleones como somos, necesitamos una estructura que nos permita ponernos revoltosos sin lesionar la institucionalidad.
El parlamentarismo o alguna adaptación andino/tropical de este podría ser una solución, para no botar presidentes pero sí tener la opción de deshacernos de ellos cuando han dejado de cumplir nuestras expectativas y las funciones por las cuales les pagamos. ¿Qué tal si hablamos de esto ahora, aprovechando que tanta gente está llegando a Quito?
Está clarísimo: salgamos del presidencialismo (esa forma disimulada de la monarquía) y radicalicemos el equilibrio de fuerzas para que nunca más el poder esté concentrado en uno solo; porque como canta Molotov: “Si le das más poder al poder, más duro te van a venir a coger”. ¿O quieren seguir contando, para eternas memorias, la increíble y triste historia del cándido Ecuador y su(s) Presidente(s)desalmado(s)?
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