No deja de llamar la atención la arremetida del presidente Rafael Correa contra tres medios extranjeros, durante el último enlace ciudadano.
Y no porque las antipatías del Gobierno sustentaron toda una política de Estado para minar la libertad de expresión en una lucha que el mismo Presidente se comprometió en volverla planetaria. La sorpresa radica en que las críticas a las publicaciones de The Economist, The Guardian y Le Monde, sobre la situación económica y política del país, no han superado esa idea del enemigo permanente que acecha a la revolución ciudadana y que quiere verla destruida.
El discurso populista necesita que el líder carismático recurra, permanentemente, a un antihéroe a quien endilgarle todos los valores negativos posibles para así reafirmar su lucha. La recompensa tarde o temprano debe pasar por la legitimación electoral.
Por eso resulta curioso que en aras de polarizar a la sociedad ecuatoriana, el Gobierno eche mano hasta de los reportajes de tres medios con reputación internacional, sin que ello produzca rubor alguno en un mandatario y en unos asesores que saben de memoria sobre qué presupuestos se construye la opinión pública en otros países.
A diferencia de lo que sucede aquí, donde la autoridades de control tienen toda la potestad para procesar y sancionar a los medios independientes exhibiendo las causas más inverosímiles, la prensa extranjera, en cambio, tiene toda la libertad para mirar desde sus agendas lo que sucede.
Por eso, a medida que los aprietos económicos sean más notorios y que la crispación política genere nuevos niveles de tensión, el Gobierno llevará adelante, a través de sus sabatinas y sus cadenas impuestas, toda su pelea planetaria contra la prensa extranjera. Quizás esta tenga en sus manos mayores oportunidades para reflejar y denunciar estos conflictos eludiendo la Ley de Medios.
En un mundo abierto y globalizado es imposible que los dogmas que rigen en el Ecuador resulten válidos en otras latitudes.