Un encuentro reciente en Asunción sobre la realidad de los medios en América Latina concluyó en el claro interés desde algunos gobiernos de colocar a la prensa como un adversario político y confrontar con ella diariamente. Esta lógica aparece de manera clara en un programa que emite la televisión pública argentina diariamente que se denomina “6.7.8” y donde durante más de dos horas comunicadores rentados por el gobierno de Cristina Fernández arremeten sin piedad contra los medios y el abordaje que hacen de los temas noticiosos. La idea no es mejorar el debate democrático sino concentrar ataques sobre un sector social al que de terminan por definir como enemigo del “nuevo orden gubernamental”. Este y otros programas similares han sido ejecutados en distintos países en donde los gobiernos han escogido el modelo de confrontar con los medios en vez de gestionar el desarrollo de los países en áreas sensibles como empleo, pobreza o inequidad y solo han conseguido convertir en mecanismos distractivos y disuasorios la crítica que requiere todo sistema democrático.
El argumento que la prensa ha crecido como poder y que requiere ser moderada desde un gobierno electo no es de recibo, ya que la democracia requiere incluso de una prensa exagerada con la realidad para demostrar el grado de amplitud de la crítica para ser convertida en un recurso creativo. Un gobierno autoritario detesta no solo una prensa que lo observe sino una sociedad informada que reaccione ante los excesos del poder. Determinar en los medios el adversario a ser derrotado prueba el escaso interés democrático de un gobierno definido como tal por el simple hecho de haber sido electo pero en la práctica monopoliza sistemáticamente la información y los canales de transmisión de noticias. Este nuevo autoritarismo electo tiene una fijación con los medios privados a los que de manera constante hostiga con leyes, reglamentos, cierres y persecuciones. Cuando más absurdas sean las formas, mejor para el gobierno ya que su interés es subrayar su manera de ejercer el poder al tiempo de proyectar sobre otros sectores críticos los riesgos que supone enfrentar al gobierno. Ya no son los partidos ni los políticos el centro de los ataques de gobiernos autoritarios electos sino la prensa la que sintetiza odios y resentimientos que concentran nuevos gobernantes.
Es preciso desenmascarar este procedimiento autoritario y explicar a la sociedad que el verdadero enemigo de su desarrollo democrático lo constituye un gobierno cuya incapacidad de gestión de los grandes objetivos nacionales es sustituida por una persecución en contra de los medios. Hay que estar atento y denunciar este nuevo procedimiento que riñe con los principios más elementales del régimen democrático occidental.