Estos pueblos de oriente con tantos años encima y luego de haber pasado varias veces experiencias similares a las nuestras se han vuelto pragmáticos. Hacen las cosas que se necesitan hacer y dejan el debate sobre las definiciones a un costado. Corea donde estoy esta semana, me ha vuelto a sorprender. La última vez fue hace casi 20 años cuando gastaba lo que no tenía en presentar unos juegos olímpicos a la altura más de sus deseos de convertirse en un país respetable que en la realidad concreta que vivían. Recuerdo aun la visita al mercado de Busan donde era todavía posible encontrar cucarachas a la venta mezcladas con otros productos de la alimentación.
Hoy, uno aterriza en un aeropuerto construido en una isla conectada a través de dos puentes de más de 15 kilómetros mientras exhibe orgulloso su área de libre comercio y sus conquistas en la educación. Claro que todavía se habla y se viven hechos de corrupción y por qué no, abunda el trapicheo político pero han dejado que sean estos los temas que conduzcan el día a día de un país que progresa aceleradamente.
Corea gasta casi el 50% de su presupuesto en defensa ante la posibilidad de un ataque de su hermano neurótico y pobre del norte que no solo los amenaza a ellos sino al mundo con su potencia nuclear mientras mendiga alimentos para dar de comer a su famélica y marginada sociedad. Si no gastaran todo eso en defensa, ¿se imaginan ustedes dónde estaría este país ahora? Si con todas esas limitaciones puede exhibir el crecimiento y desarrollo que tienen luego de haber sido más pobre que cualquiera de nuestros países hace 40 años, la gran pregunta es ¿cuándo dejaremos las discusiones bizantinas y nos abocaremos a construir progreso, prosperidad y desarrollo?
Requerimos líderes pragmáticos que hagan las políticas que el pueblo ambiciona. Que deje de simular que manda pleiteando vanamente en tribunales contra la crítica o la opinión ajena como si el país funcionaría mejor por ese simple hecho. Los pueblos que crecen como Corea no se andan en chiquitas, no tienen resentimientos ni odios, no gastan su tiempo recordando la terrible ocupación japonesa en la primera mitad del siglo XX ni llora su desgracia de la división en dos países. Aquí son prácticos: hay que hacer que la gente viva bien hoy para que dejen de tener el recuerdo del sabor de las cucarachas en la boca como signo de la precariedad y hambruna en la que vivían.
Nosotros en América Latina aplaudimos tontamente a los que quieren hacernos descubrir la rueda mientras estos pueblos con inteligencia e inversión en materia educativa hoy tienen empresas que amenazan con sacar de la cancha con innovación y costo a los grandes competidores tecnológicos del mundo.