'Potra de nácar'
Un poema del 'Romancero gitano' cuenta la historia de un hombre que se acuesta con una mujer a la orilla de un río. Lo hace porque ella se lo ha pedido y porque le ha dicho que era virgen, a pesar de que tenía marido.
Durante ese encuentro, el gitano concluye que la mujer no era "mozuela" -es decir, virgen- y decide, por esa razón, no enamorarse de ella. Así que le regala un "costurero grande de raso pajizo" y la abandona.
Pero el hombre guarda un recuerdo intenso de esa experiencia que describe con estos versos trepidantes: "Aquella noche corrí/el mejor de los caminos,/montado en potra de nácar/sin bridas y sin estribos".
Podría entender que estos versos de "La casada infiel" -así se titula el poema- puedan indignar a algunas personas (incluyendo a los buenos funcionarios de la Supercom). Después de todo, allí se describe a una mujer, al parecer frágil y solitaria, que es rechazada solo porque se había acostado con otro. El hombre que la posee -un gitano recio de pistola al cinto- la ve como una "potra" a la que cabalga a pelo.
Pero aquí caben dos preguntas: ¿es la indignación motivo suficiente para sancionar a alguien? Si Lorca dice "potra" a una mujer ¿es menos grave decirlo en un verso que en otra parte? Cuando se tratan problemas con una gran carga emocional se corre el riesgo de cometer injusticias incluso más graves que las que se quiere remediar. Por eso creo que la sanción moral es el mejor castigo que un indignado podría imponer sobre quien usa un lenguaje que le parece impropio.
Quien se sienta ofendido con los versos de Lorca no debería volver a leer una línea de aquel poeta; quien se sienta indignado por los contenidos del "Lunes sexy", debería dejar de comprar diario Extra.
La palabra "potra" puede tener una connotación positiva para unos y negativa para otros. Si no se nos permite decir libremente algunas palabras, el halo de vergüenza y humillación que rodea a esos términos solo crecerá.
Esta fue la tesis central de D. H. Lawrence, autor de 'El amante de Lady Chatterley', la novela que escandalizó a Inglaterra a principios del siglo pasado. Por ejemplo, los lectores le achacaban el uso desembozado de la palabra "culo".
¿Qué tiene de malo esa palabra?, preguntaba Lawrence. Dejen que la diga, para que así se vaya olvidando esa leyenda negra que la ensombrece.
Convertir ciertas palabras en tabú solo producirá demencia social -agregaba Lawrence- porque estaremos alimentando el morbo y la ignorancia en torno a temas que podrían ser tratados abiertamente.
Las palabras no tienen la culpa. Las malas conciencias sí. Son ellas las que se escandalizan porque hacen una interpretación más compleja y retorcida de lo que leen o escuchan. Tratemos a las palabras con menos prevención.