Desmontar la llamada revolución ciudadana va a ser más difícil que haberla puesto en marcha. Con esto quiero decir que la posrrevolución va a ser más dura que la mismísima revolución, aunque cueste creerlo.
La posrevolución -me atrevo a especular- va a necesitar un período de transición en el que las fuerzas políticas se reorganicen después de tantos años de gobierno con visión única. Cuando llegue su turno, el próximo presidente (¿en 10 ó 15 años?) tendrá que tratar de administrar un país dividido y fanatizado, carente de matices y en constante estado de crispación política.
Nos tendremos que volver a acostumbrar (no sé si acostumbrar es la palabra adecuada) a conversar y a opinar sin miedo del poder, sin las limitaciones propias de la política del temor. Quizá extrañemos las cadenas de televisión y radio, quizá no nos acostumbremos a vivir sin medios públicos y sin los periodistas gubernamentales.
Va a ser muy duro (casi traumático, en realidad) vivir sin el olor a petróleo que lo ha impregnado todo en los últimos años, sin las facilidades de financiamiento para comprar la televisión plasma, la lavadora, la secadora y la plancha, sin las trabas de crédito para hacernos de un auto 0 kilómetros de vez en cuando.
Va a ser muy complicado entender cómo vivimos tantos años quejándonos del mercado y del neoliberalismo, si ha sido justamente por las bondades del mercado petrolero que el Estado ha crecido a sus anchas y que el régimen ha afianzado su poder.
¿Nos aferraremos a nuestro mejor aliado y financista, el barril de crudo? Cuando lleguen los días de la posrevolución, ¿quién desarmará toda la infraestructura que nos han legado? ¿Qué vamos a hacer con la Función de Transparencia y Control Social? ¿Qué haremos con el sistema de subsidios y bonos? ¿No nos aburriremos hasta la perdición sin tantas elecciones, referéndums, amenazas de muerte cruzada y demás festivales electorales? ¿En qué ocuparemos el tiempo los sábados a mediodía? ¿Qué haremos con el armatoste de Constitución que salió de Montecristi? ¿Qué haremos con la sede de la Asamblea Constituyente de Montecristi? ¿Un museo a la memoria de la revolución que se fue con más pena que gloria? ¿Un centro de convenciones? ¿Qué va a pasar con las decenas de nuevos ministerios, con todas las oficinas y dependencias públicas cuando vengan las épocas de vacas escuálidas? ¿Cómo nos desmontaremos de la Alba?
Volver a la realidad después de la revolución ciudadana será la verdadera política de shock. Echaremos de menos a Gadafi y a los soldados sirios que disparan contra su propia población, a los hermanos Castro, a los presidentes de Irán y de Venezuela.
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