La política hace cosas extraordinarias. Por arte de birlibirloque, convierte a los amigos en enemigos y a los enemigos en amigos.
Quien fuera otrora defensor de los indígenas Sarayaku hoy se vuelve su verdugo y se sorprende de su organización y de las decisiones comunitarias. Quien fuera Director de Áreas Protegidas, sepulta la consulta para dejar de explotar el ya sobreexplotado Yasuní. Si todos, toditos, éramos verdes hace un año y pedíamos al mundo salvar el Yasuní mostrándolo como el paraíso, como el pulmón del mundo, como el destino turístico número uno, hoy, en cambio, mostramos orgullosos el hormigón del milenio y del progreso que, gracias a las rentas petroleras, se construye en nuestros parques nacionales transformándolos en condominios mestizos, pero sin sala comunal.
Por arte de magia, las personas de izquierda, llámense Pachakutik, MPD, ambientalistas, gremios de trabajadores, jóvenes rebeldes, se volvieron, en la mirada oficial, marionetas de una fantasmagórica derecha imperial, enemigos de un proyecto en el que todos parecían de acuerdo en Montecristi y que lleva el sello del Buen Vivir. Ahora se los tacha de “los políticos de siempre y los eternos candidatos”, según deja ver algún video oficial que arremete contra los Yasunidos para deslegitimar su propuesta conservacionista.
La política es el arte de lo posible. Pero se ha convertido en el arte de lo imposible. Tal vez en eso consiste el milagro ecuatoriano. Funcionarios más indigenistas que los propios indígenas ahora se sorprenden y se desayunan que los amazónicos han sido gentes que deciden en consenso, en reuniones comunitarias, que han sabido tener escopetas y carabinas además de lanzas, que han sido organizados como las hormigas sobre todo cuando se han sentido amenazados y que hay algunos territorios donde algunos no son bienvenidos.
El tema indígena se puede volver una incómoda piedra en el zapato del Gobierno, a no ser que entren la cordura para el diálogo y la gestión de conflictos, más allá de la entrega y oferta de obras y de la cooptación de las dirigencias. Primero fue Morona Santiago y la violencia que tuvo como consecuencia la muerte del profesor Bosco Wisum. Ahora, Íntag y su posición antiminera. O Sarayaku y su decisión -acertada o no- de acoger a tres opositores acusados por injurias. O los waorani y el año de tensión y de conflictos internos y externos. Mañana pueden ser Llanchama y las denuncias de procedimientos no muy claros para la explotación dentro de sus territorios o Sani que todavía se debate entre la explotación de sus recursos y el turismo.
Con tantos conflictos allá y acullá, las causas ambientalistas, indigenistas y de las minorías, pueden sumar más adeptos dentro de la sociedad civil, que la militancia oficial. En política todo es posible: los enemigos se vuelven amigos y los amigos, enemigos.