Aunque es probable que no fue suya, es ampliamente atribuida a Voltaire la frase: “No apruebo de lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”.
¿Qué está detrás de esa voluntad de oír ideas con las que uno no concuerda? ¿No es más lógico, como tantos pretenden, desoír o callar las voces disidentes? ¿Por qué tendría sentido defender el derecho de otro a decir lo que uno desaprueba? Hay dos argumentos, que podemos llamar “los porqués de Voltaire”.
El primero plantea la utilidad cognitiva de contrastar las propias ideas con otras, y así poder confirmar o modificar las propias. El argumento es brillantemente expuesto por J.S. Mill en su ‘Ensayo sobre la libertad’: “El peculiar daño que causa silenciar la expresión de una opinión es que le roba a la especie humana; tanto a la posteridad como a la generación actual; tanto a aquellos que disienten de la opinión aún más que a aquellos que concuerdan con ella. Si la opinión es válida, se les priva de la oportunidad de cambiarse de una opinión no válida a una válida; y si no es válida, pierden un beneficio casi igual de grande, que es la más clara percepción y la más viva impresión de una idea válida, producidas por su colisión con la no válida”.
El segundo “por qué de Voltaire” radica en la importancia, en términos del pleno desarrollo de la personalidad, de ser una persona íntegra, capaz de formular sus propias respuestas, válidas para ella, a las incógnitas de la vida. Este argumento puede ser entendido a partir del ensayo ‘Narcisismo grupal’ de Erich Fromm. “El narcisismo”, dice, “es un estado en el cual solo la persona misma se percibe como real (…) solo ella es importante (…) y se siente segura solo a base de la subjetiva convicción de su propia perfección, su superioridad frente a los demás, sus cualidades extraordinarias, y no a través de relacionarse de manera constructiva con los demás”. (…) “Cuando el objeto del narcisismo es el grupo (nacional, político, religioso), el consenso entre sus miembros de la propia superioridad logra transformar a la fantasía en realidad, en vista de que para la mayoría de personas la realidad está constituida por el consenso general, y no a base de la razón y el examen crítico”. (…) “Un individuo, salvo que sufra de extrema enfermedad mental, puede llegar a tener dudas acerca de su auto-imagen narcisista. No así el miembro de un grupo, pues su narcisismo es compartido por la mayoría”.
¿Quiere uno contrastar sus ideas y opiniones con las de otros para que “la razón y el examen crítico” las confirme o las mejore? ¿O se refugia uno, cobardemente, en las fantasías del narcisismo grupal, temeroso de aceptar que talvez uno, y el grupo, alberguen ideas no válidas? ¿Bienvenido el desafío a nuestras ideas, o no tenemos la valentía moral para enfrentarlo?