¿Hasta cuándo y hasta dónde llegarán los populismos? No parecen dispuestos a cambiar ni a retirarse discretamente.
Dilapidaron los recursos de un período de bendición gracias a los precios del petróleo y las materias primas; disfrutaron del fervor de las masas que creían en gobiernos providenciales; abusaron de la paciencia de los sectores más conscientes de la sociedad; tuvieron su tiempo de gloria, insultaron a Raimundo y todo el mundo cuando fueron criticados o se les hizo alguna recomendación; crearon sus propios sistemas de información, de justicia, de relaciones internacionales; crearon una democracia a su gusto y un modelo económico presuntuoso, pero todo terminó en fracaso.Ahora que la crisis amenaza, enfrentan el repudio de sus pueblos, se encuentran aislados de la comunidad internacional, están en retirada, pero con malas maneras.
La populista argentina se va derrotada en las elecciones pero se va nombrando jueces y embajadores hasta el último minuto, se va vaciando las arcas fiscales y llevándose hasta el Twitter oficial de la Casa Rosada. No se dignó entregar la banda presidencial y el bastón de mando, se retira amenazando y mintiendo dispuesta a cumplir la perversa promesa peronista: o gobierna el peronismo o no gobierna nadie.
La populista brasileña se aferra al poder aunque el pueblo le ha dado la espalda y se ha iniciado el proceso de destitución. A la crisis económica se suma la corrupción que ha devorado los recursos destinados a combatir la pobreza. Funcionarios y políticos del partido gobernante estaban cebados en el despojo de la empresa más rica y más grande de Brasil.
El populista venezolano ha recibido una humillante derrota en las urnas, a pesar de las mañoserías durante la campaña electoral para dar ventaja a los candidatos gobiernistas. Ha quedado al descubierto que pretendían hacer fraude y cuando advirtieron la imposibilidad de ocultar la apabullante derrota, pretendían sacar a las calles hordas armadas para generar violencia. Y, sin embargo, continúa gritón y desafiante culpando a otros el descalabro.
El populista ecuatoriano ha tenido que renunciar a la idea de quedarse indefinidamente en el poder; antes de ser derrotado en las elecciones ha sido ya derrotado por su propio modelo económico. Sin embargo, sigue desafiante y obstinado dando vueltas al torniquete sobre la clase media y endeudando al país para financiar la ilusión socialista.
¿Hasta cuándo seguirá el socialismo del siglo XXI, ese socialismo para ricos, como le llama Herman Tersch? En Argentina y en Venezuela ya tomó su venganza la realidad. En Brasil y Ecuador, son evidentes los cambios que hacen ver la riqueza como maldición porque financia la demagogia y la corrupción.
Los gobernantes ya no consultan al pueblo ni el pueblo confía en sus gobernantes, se ha convertido en un populismo sin pueblo.
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