Shlomo Ben-Ami*
Parece que hoy en día casi ninguna democracia occidental está a salvo del populismo de derecha. Pero aunque la retórica populista esté llegando a extremos de agitación, con serias consecuencias entre las que destaca la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea, lo cierto es que el nativismo que representa es un viejo azote de la política democrática.
Los movimientos populistas tienden a centrarse en la acusación. En Europa, esto supone echar la culpa de todos los males a la UE. Hacer frente a las causas complejas de los problemas económicos y sociales(por ejemplo, el peso del privilegio hereditario y la inmovilidad social en el RU y Francia) es difícil; mucho más fácil es acusar a la UE y pintarla como un monstruo malvado.
Para los partidarios del Brexit en el RU, el mundo sin fronteras, representado por la UE con su compromiso con la globalización, está destruyendo a la nación estado, que protegía mejor sus intereses. En el referendo, hablaban de un pasado en que los empleos duraban toda la vida, uno conocía a sus vecinos y la seguridad estaba garantizada. Que ese pasado haya existido o no les pareció irrelevante.
Pero Europa no es el único lugar expuesto al embate populista. Estados Unidos, donde Donald Trump logró la nominación por el Partido Republicano como candidato para la presidencia, también corre serio riesgo. Trump presenta una imagen sombría de la vida en los Estados Unidos de hoy, y culpa a la globalización (en concreto, a la inmigración), y a los líderes del “establishment” que la promovieron, por las penurias del trabajador estadounidense ordinario. Su consigna, “hacer a Estados Unidos grande otra vez”, es una exhibición cabal de pseudonostalgia populista. Además, así como los partidarios del Brexit quieren retirarse de Europa, Trump quiereretirar a Estados Unidos de diversos organismos internacionales de los que forma parte, incluso esencial. Ha propuesto prescindir de la OTAN, y declaró que los aliados de Estados Unidos deberían pagar por la protección que les brinda. También lanzó catilinarias contra el libre comercio y hasta contra la ONU.
El proteccionismo y narcisismo nacional de Trump se basan en los temores de los afectados por las impersonales e inescrutables fuerzas del “mercado”. El giro al populismo constituye una revuelta contra la ortodoxia intelectual personificada por élites profesionales cosmopolitas. En la campaña por el Brexit, la palabra “experto” se volvió insulto.
En muchos casos, anteponen los sentimientos a los hechos, atizan el miedo y el odio, y se apoyan en consignas nativistas. Y en realidad, les interesa menos abordar los problemas económicos que usarlos para obtener apoyo para una agenda que implica retrotraer la apertura social y cultural.
Felizmente, la historia enseña que el ascenso populista es evitable.
*Project Syndicate