¿‘Podemos” ser cínicos al estilo del aspirante a populista español, Pablo Iglesias, asesor de algunos caudillos latinoamericanos? Claro que Iglesias puede poner distancias con el gobierno de Maduro, y lavarse las manos de las consecuencias de la aplicación de los consejos que él mismo le dio a Chávez y a sus ideólogos, para diseñar constituciones como traje a la medida e imponer el socialismo del siglo XXI. Eso ha hecho el “asesor” en notable acto de malabarismo político.
Iglesias podía incurrir en semejante “habilidad”, y lo ha hecho, pero eso no quita la carga de hipocresía y de cinismo que semejante conducta implica. No quita la connotación politiquera de tales tácticas, inspiradas en la tradición de las viejas “castas” y de la partidocracia más caduca. Eso vende, el aplauso y el apoyo llegarán desde los estamentos de movilizados e indignados, desde los deslumbrados por la misma retórica que emplearon los redentores latinoamericanos para afianzar un sistema que apuesta a la eternidad en el poder, al estilo de los viejos caudillos, o mejor, al estilo, más reciente y conocido, del doctor Fidel Castro: ¡cincuenta y cinco años en el poder de la “nación más democrática” del mundo!
Iglesias, en plena promoción electoral, “cuestiona” a Maduro olvidando que el presidente venezolano y el coronel Chávez son sus aplicados discípulos. Pero, diga lo que diga el profesor, las constituciones ideadas con su ayuda están allí, al servicio de los redentores. Allí están los libros escritos para sustentar teóricamente el populismo. Allí están los catastróficos resultados de las tesis de los asesores españoles: la demolición de las “instituciones burguesas” para levantar sobre sus ruinas el Estado popular y construir el “nuevo hombre”, es decir, lo mismo que propuso Lenin.
Lo de “Podemos” es un ejemplo de cómo el lobo se viste de oveja, de cómo los cálculos electorales pueden negar lo evidente. Pero, más allá de la conducta del profesor español, y de su audacia para darle las espaldas al aprendiz de déspota que tiraniza a Venezuela, hay que mirar, y aprender, de los resultados de tanta novelería, improvisación y ceguera. La quiebra de Venezuela como sociedad y como Estado son incuestionables. El socialismo del siglo XXI ha probado las secuelas que deja la aplicación de sus teorías. La república bolivariana es una calamidad inocultable: el régimen cambiario hace agua, reina la inseguridad, no hay alimentos básicos, las colas son el “signo de la prosperidad”, y el país más rico del mundo en reservas petroleras clama por sus libertades y agoniza por la escasez.
Todo eso, probablemente, ni al profesor español ni a sus amigos les importe, pero a la gente sí le importa vivir con elemental seguridad, libertad y paz. Y sin hipocresía.
fcorral@elcomercio.org