El panorama político ecuatoriano tiende a ser extraño y muchas veces linda con lo insólito. El resultado es conocido: una permanente inestabilidad en un país pequeño con grandes recursos, pero condenado al subdesarrollo por la ineptitud de sus élites y la desidia de su pueblo. Sin embargo, pocas veces el escenario se presenta con una extraña dicotomía que consiste en el enfrentamiento entre el neo- populismo hegemónico y una incipiente reacción de la izquierda, sostenida en las experimentadas movilizaciones de las comunidades y organizaciones indígenas.
La parodia se genera al comprender que quienes demandan correcciones o alternativas en el ámbito no gubernamental, son líderes y grupos de izquierda en donde predomina más el catecismo ideológico que criterios políticos realistas, por lo que no estaríamos lejos de aquel diagnóstico que esbozaban los antiguos cuando mirando al enfermo decían ‘cuidado’, pues ‘el remedio puede ser peor que la enfermedad’.
En efecto, el actual Gobierno izó la bandera del cambio, de la revolución del siglo XXI y un socialismo mesiánico. Empero se ha podido comprobar de parte de algunos o de muchos que, luego de cinco años de ejercicio -en el campo político, no en el de las obras ni en el los del subsidios- lo ideológico no trasciende de la retórica de los sábados ni a la genuflexión mística de los acólitos burocráticos, partidistas o legislativos. Añádase de que por el auge de la economía -incluida la inmensa y variada contratación pública – importantes sectores empresariales identificados con posiciones de derecha son considerados aliados tácitos, sea por la vía de la unión estable pública o tomando el atajo del adulterio.
Ante un escenario tan extraño que suma al mismo tiempo nubes de tormenta y luces aleatorias, salta una pregunta que debiera causar insomnio o por lo menos “ansiedad espiritual” en la percepción quiromántica de aquella jueza civil de Pichincha: ¿donde está el centro político del Ecuador en las primeras décadas del siglo XXI?
Se trata de ese mismo espacio que, a raíz de la reforma que impulsó el Plan de Retorno a la Democracia, fue ocupado por la Izquierda Democrática y la Democracia Popular en un debate permanente con los socialcristianos ubicados en la derecha. En aquellos días, los grupos de izquierda solo eran actores importantes, pero no determinantes.
Sin embargo, la jubilación de los grandes líderes como Hurtado y Borja, a la que se sumará casi de inmediato Nebot, luego de que instale alguna pirámide en homenaje, recordatorio y virtual a Febres Cordero, ha generado un enorme espacio propicio para que el juego político transite hacia un dilema perverso: o el neopopulismo aliado con sectores de la derecha empresarial o la izquierda ideológica y social. Sin duda para regresar a las repetidas Catilinarias de Marco Tulio Cicerón “O témpora, o mores”. El pueblo traducirá en carne propia la elocuencia del tribuno romano.