jleon@elcomercio.org
Es ya común en la política actual, la llegada de nuevas generaciones que desplazan a las anteriores y, en principio, cambian el juego político. También, se reduce la política a un juego mediático, de la imagen de TV, que desplaza ideas y reflexión de fondo por palabras encapsuladas para venta generalizada. El político juega al artista, lo hace más narciso, se convierte en estrella de cine, centrado en sus virtudes, seduce y sabe todo. Es fácil convertirse en el “líder” populista que se asocia a las sociedades del “sur”.
Los liberales ganaron las elecciones en Canadá con Justin Trudeau que jugó el seductor rol populista. El electorado canadiense buscó una alternativa al gobierno del conservador Stephen Harper, que hartó con sus ideas, modos de gobernar, no tanto por sus éxitos o no en políticas (en economía no le fue mal). Trudeau que era visto poco competente, de pocos argumentos, sin conocimiento de los temas de fondo, hábilmente vendió su imagen de renovación y cambio. Joven, apuesto, mostró otra imagen de la que tenía de actor de comedia o del maestro de escuela que ha sido. Seguro en sus discursos, dio conocimiento de temas álgidos y fue hábil comunicador.
Moldeó su imagen también al estilo de lo que en EE.UU. llaman “pueblo” (people), esa moda de proyectar la vida privada de artistas y de convertirla en comedia diaria. Siempre impecable y elegantemente vestido, en “niño rico”, incluso cuando está de informal, con camisas y ternos a medida, con la sonrisa infaltable, padre que se ocupa de los hijos, se proyectó en miembro de la familia feliz, de una pareja joven, de tres hijos, esposa joven, estrella, vestida elegantemente moderna. Una escena de pareja ideal de Hollywood.
Los canadienses encuentran así un político que se parece a ellos, ratifica la idea de igualdad, del que “es como uno, con hijos y no formal”. Crea la imagen del igual que pegará en las nuevas generaciones con la cual se identificarán por años en su vida. Bien puede haber Trudeau por largo tiempo. Además, llega otra generación que quedará en el poder por un buen tiempo.
Trudeau, en contraste con Harper despreciativo de las ideas de los otros, repetía: “Uds. me dijeron, yo les oigo, supe oír, hago lo que uds. me dijeron, lo que uds. quieren”, es más o menos, yo soy ustedes, voy por uds., yo soy ustedes. Es pues la típica tergiversación populista de adular al pueblo, pretender no representarle sino ser “el” pueblo, “yo soy el pueblo”.
Es, pues, la tergiversación de la representación, destruye así la idea de transparencia. Hacer política centrado en lo mediático degrada la política, la vuelve un simple espectáculo y a los políticos circenses, artistas de una escena pública que lleva consigo a la población misma, le pone anestesia con sus encantos y atenúa la crítica y los oponentes. ¿Cómo ir contra el “sentir mayoritario”, aún más si el artista es como el nosotros colectivo, él es nosotros?