Populismo mafioso

La política actual está llena de aventureros, fantoches, embusteros, aprovechadores e inmorales que se huelen entre sí, se atraen y se agrupan en partidos o movimientos de trascendencia puramente coyuntural, creados para enfrentar procesos electorales puntuales, pero cuyo objetivo fundamental es montar alrededor del poder verdaderas empresas delincuenciales para saquear los fondos públicos.

El populismo en todas sus formas y colores es la fuente infecciosa que propaga esta pandemia contemporánea, y lo hace de forma agresiva, con real ensañamiento en los países que llevan a la saga de los intereses nacionales la cultura y la educación, esos lastres que a ciertos personajes de la política les resultan más incómodos y pesados. Allí, en las capas sociales menos atendidas o claramente olvidadas, han encontrado tierra fértil las presuntas revoluciones, las rebeliones anárquicas de estos tiempos extraños y los proyectos redentores de trapicheros y vendedores de humo encumbrados a la cima por sus respectivas bandas criminales.

Por supuesto, ningún proyecto de esta naturaleza tendría éxito si no llegara a tocar las fibras más sensibles de la gente exacerbando sentimientos como el nacionalismo y el patriotismo; y tampoco lo haría si careciera de enemigos tangibles que encarnen o sea imputados por todos o buena parte de los males de la nación. Los enemigos visibles más comunes identificados por los políticos de esta nueva corriente del populismo mafioso han sido los partidos tradicionales y la prensa. A los primeros se les han cargado sin beneficio de inventario todas las culpas del pasado, aunque en muchos casos pudieran haber tenido algo de razón por ciertas acciones u omisiones de tiempos inmemoriales, pero sobre todo se los hace responsables por haber descuidado desde hace décadas los dos puntales del desarrollo de casi todos los países de este lado del mundo: la cultura y la educación.

A la prensa, por el contrario, se la ha percibido como una amenaza latente cuando ha tenido la capacidad de informar, investigar y descubrir fechorías y escándalos del poder de forma objetiva, veraz y oportuna. Así, los periodistas frontales e independientes se han convertido en el enemigo de los gobiernos que, apartados de los postulados democráticos, los han perseguido, silenciado, arrinconado, amedrentado o, lo que es peor aún, los han reclutado para colaborar con sus sistema que los acaban silenciando y domesticando, y que los convierten en seres sumisos, antropófagos e inofensivos rendidos a sus pies.

Una verdadera democracia se sostiene en el tiempo con una prensa libre, responsable, profesional, honrada y objetiva, pero también resulta esencial tener un régimen de partidos que forme políticos serios, decentes, honestos, capacitados y comprometidos con la libertad, con el respeto a las normas legales, con el desarrollo y la separación de poderes. Políticos que se aparten de esta corriente del populismo mafioso.

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