Los parlamentos en todos los países son el núcleo más sensible y frágil del ejercicio democrático; además, no terminan los electores de designar a los legisladores, que de inmediato surgen sospechas y rumores de entendimientos fraudulentos contrarios a las recientes ofertas de campañas. Esta situación es más común en sociedades que están signadas o castigadas por el multipartidismo o el populismo, mientras que tienden a ser más fortalecidas las prácticas parlamentarias en los regímenes bipartidas o de menores fragmentaciones.
En el Ecuador político ha existido de todo. Contubernios con los gobiernos de turno, esotéricos pactos como los “de la regalada gana” y hasta golpes de estado según se registra en 1970, porque el parlamento no daba paso a reformas económicas que requiera el ejecutivo. Estas tragicomedias en medio de paralizantes pugnas de poderes o de mayorías móviles, surgidas del arrabal, para que, con los recursos de la profesión más antigua, se atiendan las necesidades del ejecutivo de turno.
Sin embargo, en el Ecuador también han existido periodos de estabilidad y honorabilidad legislativa en gran parte.
De 1912 a 1925, gracias a la economía sustentada en la exportación del cacao y a la ley que permitió la libre emisión de los billetes; luego, la etapa 1948 a 1961 gracias a la estabilidad que permitió el desarrollo del banano; se contabilizan también los siguientes años luego del Plan de Retorno y el último, el de la Revolución Ciudadana, bajo la modalidad de un parlamento de papel no deliberante. En el otro lado dos periodos han sido desastrosos: el de 1930 a 1940 y de 1996 al 2008. El primero nos condujo a la crisis nacional de 1941 y 1942 y el segundo a la “pax romana” que ha significado la Revolución Ciudadana.
Sin embargo, lo que se percibe, a pocas semanas de las elecciones es que se ha desatado un inmenso baratillo por alcanzar puestos en las listas que conduzcan a una curul parlamentaria.
Los tradicionales caciques han disminuido su poder, pero su número se ha multiplicado, en un escenario en el que a nadie- en sano juicio – se le ocurre enarbolar un emblema ideológico o político. Debe añadirse a esta tarima la desesperación de funcionarios primer nivel por alcanzar ubicaciones que garanticen la inmunidad.
La guinda de este pastel son las candidaturas de última hora que solo favorecen al régimen. Si la situación era grave para el frente de la oposición, no se escatimó esfuerzo para incluso manipular a un héroe de guerra que, con generosidad y patriotismo, sirvió a su patria en el momento más arduo de los días republicanos. En América Latina, a pesar de los episodios de corrupción que han afectado a pueblos como el argentino y el brasileño, debe advertirse que estos no solo son financieros, monetarios o energéticos. También pueden ser políticos.