Ed Harris (Estados Unidos, 1950) funge de productor, director y actor de Pollock, película estrenada en 2000 y celebrada por la crítica; más, quizás, porque se trataba de exaltar la figura de Pollock, el Chico dorado, artista pintor que fundó un movimiento de controvertida identidad plástica, a partir de la estrategia del “chorreado”, que por sus discretas cualidades.
Cuenta Harris que por los 80 su padre le obsequió un libro sobre el pintor y, a partir de su lectura, lo sedujo la angustiosa vida de alcohólatra excéntrico e irreverente del artista; sus colosales escándalos (la micción en la chimenea de la mansión de Peggy Guggenheim, su mecenas, en una de sus exclusivas fiestas); las públicas agresiones a sus amantes o los actos destructores de su obra. Cinta de regular calidad la que dedica Harris a Pollock; buscó premios con denuedo, pero el único Óscar fue para Marcia Gay Harden que encarna el papel de Lee Krasner, quien abandonó su vida y su arte por levantar las de Pollock desde el abismo donde se afanaba en sucumbir.
Jackson Pollock, leyenda y arte
Jackson Pollock (Estados Unidos, 1912-1956), soberbio, neurótico, depresivo, ¿bipolar? No sabía dibujar y sus compañeros de estudios de arte escarnecían su trabajo. El arte fue el amor de su vida, quiso ser pintor y los fracasos fueron su tortura y su aliento.
Luego de su paseo por un figurativismo limitado, en los 40, empezó a pintar abstracto, género que defendió hasta el final de su azarosa existencia. Clement Greenberg fue el crítico que lo ascendió a los cielos, colmándolo de elogios. Sin embargo, antes de él, fue Lee Krasner, artista y compañera de Pollock, quien creyó en su talento y cumplió una cruzada para aproximarlo a quienes podrían rodearlo de gloria.
Hay reseñadores que sustentan que fue Krasner quien pintó primero los celebérrimos “chorreados” y que jamás movió sus labios escarlatas para afirmarlo o negarlo. A lo largo de su travesía humana y pictórica, sus piruetas surrealistas y otras cabriolas, en Pollock lidiaba un ser desesperado y convulso que recurría al alcohol como único refugio. A causa de sus excesos probó la psicología junguiana, así como innovadores procedimientos de connotados especialistas de otras tendencias psiquiátricas.
La leyenda cruza vida y obra de Pollock. Algunos cuentan que el ama de casa fue quien, por descuido, regó una lata de pintura en un lienzo templado en el piso del taller, y en ese feliz instante se le ocurrió al artista su memorable dripping (goteo), para luego ir afinándolo y construyendo la action painting (pintura de acción), corriente que sembró discípulos en Estados Unidos y en Europa. En todo caso, bases de tarros perforados o tarros llenos de pintura bastaron a Pollock para volcarlos sobre vastos lienzos yacentes en el piso de su estudio.
Maraña de colores, emociones y sensaciones, trazos de colores magnéticos, ¿sin que el artista los cree sino el azar? Casualismos, centelleos, irradiaciones, gesticulaciones, luces que aparecen y se desvanecen en un instante –lo que dura el parpadeo del observador–. ¿Hay un genio auténtico detrás de ese descomunal fuego fatuo que es el arte de Pollock? La verdad es que el cimiento de su celebridad fue una millonaria apasionada por las artes plásticas, Peggy Guggenheim, unida en ese entonces al renombrado artista Max Ernst, junto a otros íconos europeos, más un grupo de notables críticos y periodistas.
Europa dejó de ser el centro del arte mundial y la historia pasó el “testigo” a Estados Unidos. Tiempos de posguerra. Estados Unidos necesitaba homologar sus triunfos bélicos con otros ámbitos, en el que destacaba el cultural. ¿Una marca aureolada de acertijos y develaciones estéticas que apabullen al público? Es posible, al punto de asegurar, que la propia CIA colaboró en el empeño de construir la “marca” Pollock.
Pero, ¿Pollock fue solo eso, una “marca”? Véanse las imágenes de su obra. Acaso hay un mundo de angustia y violentismo, de furia y desamor, cielos e infiernos, horizontes, rebeliones, caminos desolados donde pululan fulgores y lobregueces. Universo de un ser flagelado por el indecible tormento de buscar y no hallar nunca.
¿Fue accidental la muerte de Pollock? ¿Buscó el final con las manos en el volante de su carro, sintiendo el vértigo de la muerte que siempre lo sedujo, velado en esa huida perpetua que fue su vida?
“¡Cómo de entre mis manos te resbalas!/ ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!/ ¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,/ pues con callado pie todo lo igualas”… Francisco de Quevedo.