La extensa lista de aspirantes a ceñirse el próximo año la banda presidencial, confirma la regla de que el primer requisito para estrenarse como político en el Ecuador es no tener miedo a nada.
La falta de miedo tiene que ver, fundamentalmente, con el pantano en que se ha convertido el país en los últimos años; y que, según afirman los entendidos, empeorará el 2021. Utilizo esta elemental metáfora, porque el terreno por el que deberá transitar el próximo gobernante está lleno de peligros, de marismas, de resbaladeros, de fango, de trampas, en los que podrá quedar prematuramente atrapado y, eventualmente, sepultado.
No es una exageración. Hagamos un breve repaso: instituciones públicas desacreditas e ineficientes, leyes inadecuadas, recesión económica, déficit fiscal de dos dígitos, desempleo incontrolable, corrupción galopante, inseguridad en las calles, desconfianza en la justicia, quiebra anunciada de la seguridad social, sospechas de levantamientos sociales, a más de los efectos potenciales de la pandemia, que no sabemos si para entonces habrá sido controlada.
Si ese es el panorama, cabe que nos preguntemos cuál es el atractivo que convoca a tantos pretendientes.
Claro que la primera respuesta que podría darse es que la mayoría de los candidatos saben, desde el momento mismo en que se los nominó, que no tienen posibilidad alguna de ser elegidos. Es decir que no llegarán a pisar el pantano ni correrán riesgo alguno.
Pero esta multiplicidad de candidatos también es otra de las características distintivas de la política nacional. Baste recordar que en las elecciones seccionales del año pasado se presentaron más de 80.000 candidatos, es decir uno de cada cien ciudadanos aptos para ser nominados. Este impresionante porcentaje, que sería asombroso en cualquier democracia, revela más bien que la clase política ecuatoriana, en evidente descomposición, no solo que no tiene miedo a nada, sino que además contribuye con notorio entusiasmo a enturbiar el ambiente.
Alguien me comenta que la abundancia de candidatos presidenciales también tiene que ver con las reglas del juego electoral. Y en este caso, con la casi evidente fatalidad de ir a una segunda vuelta. Los candidatos eliminados adquieren en ese momento una especial e inesperada valoración, pues su caudal de votos, aunque sea mínimo, es importante para ir sumando. A cambio de… ¡Oh, otra vez el pantano!
Pero sigue en pie el interrogante cardinal: cualquiera que sea el candidato elegido en los comicios de febrero o abril ¿podrá salir indemne de su travesía por el pantano?
O, si se quiere, ¿con qué recursos, con qué ideas o planes, con qué equipo cuenta para lograrlo?
Ya iremos sabiendo lo que nos dicen los escogidos.